Estados Unidos y muchas naciones democráticas carecen de la formación de líderes direccionado en la práctica de pensamiento político ideológico globalizado que los identifiquen en orden estructural.
En EE.UU. solo existen dos partidos: Demócrata y Republicano, al estilo tradicional en la Colombia de ayer, Liberal y Conservador.
Los políticos en Estados Unidos con muy poca excepción, son conservadores, unos moderados, otros ortodoxos y radicales que predican una política de economía preferencial y proteccionistas de manera abusiva, sin prever daños sobre lo ambiental y los humanos. Se siente amo y señor del mundo para castigar a quienes no se alineen a sus pretensiones, ajustado con el uso de armas y bloqueo financieros, intercediendo en asuntos internos y externos, no como árbitro mediador, sino como provocador de conflictos.
Las elecciones Presidenciales y Congreso de EE.UU. que se celebrarán este año, el tres de noviembre, ha sido la más fría y desmotivada de la historia estadounidense, por las calidades de candidatos, sin mística ni carisma, ni mucho menos perfil juvenil atrayentes. Ambos candidatos sobrepasan los 70 años. La edad sería lo de menos, el problema es que no sustancian ni motivan emociones, mucho menos cautivan los espíritus de electores escépticos, que no creen en las promesas que lanzan los candidatos para ganar simpatizantes.
El Partido Republicano tiene de candidato al presidente Donald Trump, quien sin reparos interno, utiliza atribuciones y facultades de directivos de ese partido a su antojo y conveniencia. Se impuso como candidato Presidencial sin mérito ni ninguna resistencia en la competencia interna. Sin haber participado ni siquiera en elecciones populares. Trump se alzó e impuso con el dinero que personalmente ostenta, amenazando que si le negaban el derecho de ser candidato del Partido Republicano, se lanzaría de manera independiente, dividiéndolo. Para las aspiraciones reeleccionista tampoco tuvo inconvenientes de los sumisos reverentes republicanos, en apoyarlo, absolviendo en el Senado, donde tiene la mayoría ese partido de las acusaciones investigativas por hechos probados para destituirlo a título de presidente.
Joe Biden, candidato de partido Demócrata, quien fuera el vicepresidente del expresidente Barack Obama, en la segunda presidencia no ha llenado las expectativas y las contundencias para ganar la franjas de indeciso que son los que en última eligen y no están marcados de manera exclusiva a favor de una de las tendencias, a diferencia de tradicionalidad que ha imperado en la mayoría de estados, por ejemplo California, Demócrata, Texas Republicana, Florida, es uno de los pocos estados que no es hegemónico, donde pueden ganar el uno u otro candidato. Biden la tiene toda para derrotar a Trump, quien lleva a su cargo una tendereta de contagiados y muertos por causas del Covid-19, ocupando el primer lugar en el mundo. Se la van a cobrar votando contra la reelección, así no le simpatice el candidato demócrata Joe Biden, todo por el merecido voto castigo que predominará. El presidente manifiesta públicamente que no acepta derrota, porque si pierde denunciará fraude para no entregar el poder gubernamental del que sueña reformar la constitución en el próximo Congreso para gobernar cuatro periodos reeleccionistas, es decir, gobernar por 16 años.
Estados Unidos tiene fortaleza en la industria militar, negocios de armas, finanzas y en apropiarse en los dominios de territorios con hidrocarburos en el ámbito internacional, pero está pobre en política de estado y gobierno democrático. Carecen de principios políticos e ideológicos, lo que no resulta raro que cualquier ciudadano con capital económico llegue a ser presidente como el que tiene EE.UU. y puede ser reelegido. Vivimos engañados en la dependencia de una nación que anda mal en liderazgo político.