En una edición especial de la famosa novela, de Cervantes Saavedra, “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”; el caballero de la triste figura, que conservo en mis archivos, el periodista y escritor colombiano, Eduardo Caballero Calderón, escribió una nota de presentación, a manera de prólogo, resaltando que: “Muchas cosas que hace años me parecieron vacías de sentido e imaginarias luego me resultaron verdades impresionantes con la vida”.
Bajo las condiciones que fuimos educados con formas de comportamiento, hábitos y tradiciones, ya no son imaginarias: son reales.
Hoy, mi percepción es la misma. En los años escolares, ajustados a la urbanidad de Carreño y al catecismo del padre Astete, el respeto entre compañeros, profesores y hacia las instituciones públicas se conservó intacto. Igualmente lo pensábamos y creíamos en los servidores públicos, cumpliendo las normas morales y éticas establecidas en la sociedad. Pero ese cristal se rompió cuando el capellán del Colegio, en su clase de moral y ética, habló sobre ciertos funcionarios y sus malas prácticas con la “ley del serrucho”.
Se había gestado una nueva cultura: “la del serrucho”; Consistía en el famoso “miti y miti” o del “cómo voy yo ahí”. Infiltrada en casi todas las esferas sociales, en las instituciones y los partidos políticos: cabalgó oronda a la par con algunos servidores públicos, quienes, con su vinculación laboral al Estado, ejercían sus funciones brindándole servicios a la comunidad.
Naturalmente, administraban los fondos y recursos del Estado. Tal vez, manejando esos recursos, el diablo los tentaba y las manos no les temblaron, pero llegando a la malversación y ahí pecaron.
Una de las mayores preocupaciones, que recorre el mapa administrativo del país, es el jinete de la corrupción; galopando por los pasillos institucionales, calles y avenidas, partidos políticos, funcionarios, líderes sociales y los más peligrosos, los aduladores.
A pesar que la ley ha establecido una serie de medidas administrativas para la prevención y combatir la corrupción y, además, considerando que en la administración pública se adopten estas disposiciones, se profirió la ley 1474 de 2011, modificada por otras leyes con reflejos de “corrupción implícitos”, para la lucha frontal contra la corrupción.
Etimológicamente, corrupción procede del latín “curruptus”, que significa descomposición, podredumbre. Igualmente, está en el proceso de desintegración de los valores morales establecidos en la sociedad. No se conoce ni dónde, ni cuando fue el primer caso de corrupción. Por lo que es difícil establecerlo.
Sin embargo, algunos historiadores lo sitúan en el reinado de Ramsés IX, en el siglo 1100 a.C. en Egipto. Cabe destacar, que ya existía, antes de estos episodios. Lo que hoy consideramos ilegal, era normal en la antigüedad, “engrasar las ruedas”, era una costumbre difundida, semejante al cómo voy yo ahí.
En Colombia este fenómeno no es nuevo, pero en las últimas décadas se fortaleció de manera alarmante. La constitución del 91, establece procedimientos y derechos que deben ser satisfechos, y ha sido propicia para los nuevos movimientos y partidos políticos, en vez de mejorar la democracia, ha creado un caos. Cada quien tira para su lado, ofreciendo prebendas para quienes voten con ellos; tanto los que compran y los que venden incurren en corrupción.
Los romanos siempre fueron diferentes con la política de Estado. Ellos consideraban que lo más esencial era el honor y, por lo tanto, aquellos que aspiraban a puestos importantes, debían tener su currículo: haber ocupado cargos notables y educación calificada. Además, con patrimonio y declaración de bienes y presentar una fianza. Finalizado el periodo establecido, se hacía un inventario, si había enriquecimiento, tenía que devolverlo.
Es la hora de que aprendamos de los ellos, estableciendo pautas y procedimientos contra aquellos que cometen delitos graves de corrupción, en sus cargos administrativos y contra los que se han enriquecido con el patrimonio de los colombianos.
Recordando lo dicho por Cicerón; “Quienes compren la elección a un cargo se afanan por desempeñar ese cargo de manera que pueda colmar el vacío de su patrimonio”. Esta práctica llena los espacios en la institucionalidad del país. Por eso, la lucha contra la corrupción es la batalla del caballero andante y de la triste figura, contra los gigantescos molinos de viento. Con el Quijote aprendimos a leer y soñar, pero no aprendimos a valorar la honestidad.