Por Ignacio Rafael Escudero Fuentes
En Colombia, país del Sagrado Corazón de Jesús, cuando se hablaba de corrupción involucraban a servidores públicos de la rama ejecutiva (nacional, departamental, distrital y municipal). Muy pocas veces congresistas, si tenemos en cuenta que no son ejecutores de políticas públicas, tampoco ordenadores de gastos. Consecuencia lógica, dentro de las funciones que cumplen no está la celebración de contratos, donde hasta la saciedad se anida al más grande flagelo que carcome la sociedad avivada por el capital privado: corrupción.
Cuando salió a la luz pública el caso de Fidupetrol, que involucraba a un magistrado de la Corte Constitucional por un presunto soborno –a la fecha no se ha producido condena sancionatoria–, el país no salía del asombro que un togado de la más alta dignidad de la justicia estuviera involucrado en caso de corrupción, cuando por mandato constitucional, legal y moral, es su responsabilidad combatir dicha “pandemia”.
Hace varias semanas, los colombianos de bien, mayoritariamente aún “grogui” por tal hecho, fuimos sorprendidos por las declaraciones del fiscal General de la Nación, cuando empujado por la justicia norteamericana le tocó informar a Colombia y el mundo que el ‘Zar anticorrupción’ de la Fiscalía, está envuelto en un caso de corrupción. O sea, algo así como “el ratón cuidando el queso”. No suficiente con los hechos de corrupción de altos funcionarios del Estado, tanto de la Rama Ejecutiva como Legislativa y organismos de control, nuevamente el señor fiscal, avivado por los del norte, se ve obligado a entregar declaraciones indelicadas que involucran a tres expresidentes, nada más y nada menos que de la honorable Corte Suprema de Justicia. ¡Si señores! los máximos representantes de la justicia ordinaria en Colombia. La administración de justicia, representada por las altas cortes (Constitucional, Consejo de Estado, Consejo Superior de la Judicatura, Corte Suprema de Justicia), pasa por su peor momento. Un caos es lo que se vive a diario en los despachos judiciales, con miles de procesos represados, que, ni los cientos de despachos de descongestión han podido hacer eficiente y eficaz al operador judicial en la toma de decisiones. La gran mayoría de compatriotas tienen sus reparos a la justicia por ciega, sorda, muda y morosa. Sí, a lo anterior agregamos corrupta. Sería apague y vámonos.
Por eso el país debe conocer la verdad del escándalo que salpica a tres expresidentes de la Corte Suprema, si se quiere que los colombianos vuelvan a confiar en la administración de justicia. Empero, tengo mis dudas frente a los resultados que puedan generar las investigaciones que recién inician, debido que, por mandato constitucional dos de los extogados deben ser investigados por la famosa y desgastada Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, mientras que el tercero –para la época de los hechos actuó como abogado litigante– será investigado por la Fiscalía en los presuntos delitos en que haya incurrido y por el Consejo Superior de la Judicatura, por su eventual violación al Estatuto del Abogado.
Los antecedentes sobre las investigaciones de competencia de la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, no son los mejores. A tal punto que esta célula de la Cámara Baja ha sido calificada por eruditos en derecho y medios de comunicación como “Comisión de absoluciones”. Debido a que, lo que ahí llega, ahí muere.
Así las cosas, toca apelar a la frase que se hizo famosa de un humorista mexicano cuando decía ¡Chanfle! y ahora quién podrá salvarme. Parodiando, nosotros en Colombia, tendíamos que decir: ¡Chanfle! Y ahora quién podrá ayudarnos.
Como está estructurado el Estado, sus instituciones, servidores públicos y el marco normativo, me temo que no pasará nada como ha ocurrido con cientos de casos que han movido y socavado las estructuras de la democracia colombiana y han quedado en solo “cantos de sirenas”, como seguro ocurrirá en este caso. Ruego a Dios estar equivocado.
Adenda única: La paz en Colombia, la cual comparto, será posible sin corrupción y justicia social.