En una tierra tan caliente como la nuestra, donde atravesar la plaza a las 12 del día, sin arrugar la cara por el inclemente sol, es una misión imposible, las brisas marinas son como un maná caído del cielo. Ese refrescante viento con olor a salitre, llamado nordeste, te llena los pulmones de oxígeno y mar y te devuelve el alma al cuerpo, justo cuando estás a punto de desmayarte por el calor húmedo y pegajoso que con chorros de sudor, te bañan la existencia.
A veces, pegan tan fuerte y de frente, que confianzudas y atrevidas levantan las faldas y ponen al descubierto aquello que cubierto debe estar, para que la percanta se muera de la pena y el fulano vea y encuentre lo que no se le ha perdido.
Desafío a cualquier aparatito «made in china» a ganarle a la potencia de mis brisas, cuando de secar se trata.
Estos vientos de mi tierra lo logran en un dos por tres. Ya sea que se refiera al piso mojado después de la segunda mechada; la ropa extendida en la guinda: trátese de uniformes, guayaberas, sábanas, chinchorros y hasta las polleras pesadas del pilón; el pelo grueso y coposo de una ñonga, enrulado con los rollos de papel higiénico, etc., etc.
En mi tierra desértica y árida no hay mojado que una ventolera no seque en un santiamén. Tal parece que por fin descubrieron que el agua moja, pero bueno, más vale tarde que nunca. En todo caso, al mismísimo Puerto Brisa, importado desde la Cochinchina, llegaron las palas para construir los molino generadores de energía eólica.
¿Se imaginan a los chinitos chirrincheros peleando con la sombra que estos monstruos eólicos proyectaran a la luz de la luna, en la gigantesca pantalla de un desierto de arena y bajo un manto de estrellas?
El Quijote está en peligro de perder su hidalguía y ni él, en ese lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, podrá ganarle una batalla a sus molinos de vientos de la Península Ibérica, con la destreza con que el waré derrotará a los nuevos molinos de nuestra Península Guajira; quien obstinado y con la valentía que le corre por las venas, en forma de miel de caña fermentada, de seguro librará más de una batalla campal en la soledad de la Alta Guajira y servirá de inspiración a nuestros artistas para deleitarnos con poesías, canciones y cuadros de nuestra colorida tierra, con la escena quijotesca de un nativo de nuestra Guajira, que en su rocinante bicicleta, se acerca a los monstruos de vientos y con una espada de cactus o una rama de trupillo, pretende romper las aspas de su enemigo.
Mientras él, el monstruo Eolo, con circulares movimientos lo hipnotiza, hasta encontrar en el sueño y cansancio de la pea, un oportuno aliado y mandarlo a la lona a pasar la borrachera, con la cabeza sumida en la arena y la cicla rocinante abandonada a su lado. Como quisiera que nuestras brisas sean un soplo divino de bendiciones para nuestra tierra, que los molinos ayuden a mis paisanos a espantar esos enemigos «no tan imaginarios» de desunión que detiene nuestro progreso, para de una vez por todas aunar nuestras fuerzas en una misma causa: el progreso de mi tierra.
Despierta ware, los perros están ladrando, señal que avanzamos.