La Guajira es un territorio de luchas históricas y de resiliencia. Esta semana, esa fuerza se vio reflejada en el cierre del acceso al aeropuerto Almirante Padilla de Riohacha por un grupo de mujeres negras que exigían justicia e igualdad. Esta protesta, que dejó varados a más de 600 viajeros y provocó la cancelación de vuelos, también puso en riesgo la operación aérea y afectó la imagen de una ciudad que intenta proyectarse como un destino turístico y un polo de desarrollo.
El turismo, aunque incipiente, es una de las pocas industrias con el potencial de dinamizar nuestra economía, generar empleos y ofrecer oportunidades reales. Bloquear este motor de desarrollo es como dispararnos en el pie, dañando las pocas herramientas que tenemos para salir adelante.
Como miembro de la consultiva departamental afro de La Guajira, entiendo el hartazgo, la indignación y el deseo de ser escuchados. Pero creo firmemente que nuestras demandas pueden alzarse sin caer en el autosabotaje. Si buscamos justicia, no podemos hacerlo destruyendo los puentes hacia el desarrollo que tanto necesitamos.
Es innegable que las demandas de estas lideresas son legítimas. Reclamar el derecho a la igualdad étnica, para que las comunidades negras gocen de los mismos derechos que los indígenas han conquistado, es no solo justo, sino urgente. La invisibilización histórica de los negros en Colombia ha perpetuado desigualdades que deben ser corregidas de manera inmediata. Sin embargo, debemos reflexionar: ¿es la protesta, en su forma más disruptiva, el único vehículo válido para alcanzar nuestras metas? La decisión de cerrar el aeropuerto demostró todo lo contrario. No solo afectó a cientos de viajeros, sino que fue, en esencia, una acción arriesgada que no logró avances concretos para la causa. Arriesgarlo todo para obtener nada es una estrategia errática que nos deja en el mismo lugar, pero con mayores costos económicos, sociales y de imagen. La protesta debe ser un medio para generar resultados, no un acto que simbolice nuestras luchas mientras pone en riesgo nuestro futuro. Si no hay vuelo, no hay avance. Y en una región que ya enfrenta tantos obstáculos, no podemos darnos el lujo de sabotearnos a nosotros mismos.
Un vuelo sin rumbo
Bloquear una terminal aérea y poner en jaque la operación de un aeropuerto en una región que apenas comienza a despegar turísticamente es, por decirlo suavemente, una estrategia cuestionable. Es como tratar de apagar un incendio con gasolina: mucho alboroto, muchas chispas, pero al final, todo queda peor. ¿Qué se logró? Nada tangible, más allá de una ciudad que ahora parece menos preparada para ser un destino confiable. La lucha por la igualdad merece algo más que actos impulsivos que, irónicamente, terminan jugando en contra de nuestras propias comunidades. Al final, el único despegue que logramos fue el de nuestra propia mala fama, dejando la sensación de una causa justa empañada por métodos erráticos.
Reclamos sin eco
Uno de los reclamos que subyacen al episodio del pasado 21 de enero es el cumplimiento del enfoque diferencial étnico igualitario en los programas que se implementan en el territorio. Por ejemplo, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf) ha avanzado en la ejecución de un programa piloto que busca garantizar la inclusión y el respeto por las particularidades culturales de los territorios wayuú. Sin embargo, el famoso ‘Pilotaje’ no ha extendido su cobertura en las comunidades negras, que consideran que el acceso a recursos, programas y beneficios sigue siendo inequitativo en comparación con los pueblos indígenas.
Es necesario que el Estado y las instituciones como el Icbf no solo reconozcan, sino que actúen con mayor contundencia para garantizar una distribución justa de recursos y un trato igualitario al pueblo negro. Esto incluye no solo la formulación de programas con enfoque diferencial, sino también su implementación efectiva en el territorio, para que tanto afros como wayuú puedan acceder a derechos en condiciones de equidad.
Frente a este modelo ‘neosegregacionista’, la voz afro debe ser altisonante y perenne, una voz que resuene con la fuerza de nuestra historia y la legitimidad de nuestras causas. Pero al mismo tiempo, no puede ser una voz que perjudique a quienes buscan defender ni que legitime la protesta como la única forma de lucha. Necesitamos explorar nuevas formas de acción, intervención y diálogo genuino, que nos permitan alcanzar una mayor visibilidad en el panorama oscuro y nublado que amenaza con entorpecer nuestras comunidades.
Existen muchas formas de lucha que no hemos explorado: estrategias que involucren el arte, la tecnología, los medios de comunicación y la diplomacia social. Podemos crear campañas que visibilicen nuestra riqueza cultural y nuestras problemáticas, promover diálogos nacionales y generar alianzas que amplifiquen nuestra voz sin perjudicar a nuestra propia gente.
El porvenir de las comunidades negras en La Guajira depende de nuestra capacidad de innovar en nuestras luchas. Necesitamos liderazgos que inspiren y que entiendan que el verdadero cambio no se logra bloqueando caminos, sino abriendo horizontes. Sigamos alzando nuestra voz, pero hagámoslo con visión, estrategia y creatividad. Porque no se trata solo de reclamar igualdad, sino de construir escenarios donde esa igualdad sea tangible, duradera y beneficiosa para todos. La Guajira merece despegar, y no quedarse postrada en la pista de las ilusiones, las cuales, en el bituminoso asfalto de las adversidades, retrasan el vuelo hacia un futuro más justo y próspero.