Desde siempre, el agua me hipnotiza, me encanta y me atrapa. Lo que para muchas personas es un bien de fácil adquisición, para mis paisanos y para mí, por milenios y milenios el agua fue, es y será aún, un preciado e incierto tesoro. Si el entorno natural juega un papel importante en la genética humana, no dudaría en afirmar que en el ADN de los guajiros, está la sed.
Solo así podría entender la fascinación que ejerce una corriente de agua en mi vida, bien sea una cascada, un río, un lago, una fuente, la lluvia, la nieve o hasta el chorrito de una manguera tirada en un charco: agua es agua y para mi es magia pura.
Desde muy temprana edad, viví con la incertidumbre de tenerla o no, del si hay o no hay, del si vino o se fue, del prendan la turbina que se acabó, del apáguenla que se está derramando: siempre ella, regodeándose y haciéndose desear como novia pretenciosa.
Inolvidables mis bañadas con un tobito y un chocorito viejo y cuando raramente los tanques estaban llenos, era todo un lujo y entonces tal vez podría permitirme el usar hasta dos baldes; porque la alberca con tanque elevado y turbina nos llegó cuando la mano se puso buena y coincide con ese momento bonito de cuando los buenos hijos terminan de estudiar y se acaban los sacrificios de los padres, porque ellos ya trabajan y hasta retribuyen.
Recuerdo que cada uno de mis vecinos del sediento Guapo, se inventaba mil formas de acceder al preciado líquido y es aquí donde se cimienta la solidaridad y hermandad entre paisanos, en los “regálame un tobito de agua” y pueda que les parezca exagerada, pero justo por obsequiarme un balde, raspando del fondo de su alberca en los días de grande sequía, es que puse de padrino de mi unigénito a un compadre de mala ley y vecino de toda una vida, un El Mesías del momento, el David que derrumba a Goliat y calma mi sed.
Sea que excaves un pozo en la parte más baja de tu vivienda para conectarte al tubo madre, que le hagas un hueco a la pared del patio para que tu vecino te pase una manguera, que patees junto a los pelaos del barrio un tanquecito de plástico y la acarrees desde la otra cuadra, que hagas cola al pie de un carro tanque que un vecino pudiente hace llegar al barrio, siempre existirá una manera para salvar la patria y calmar tu sed… esa sed legendaria que se pasea de generación en generación porque el agua “24/7” en mi tierra aún sigue siendo una utopía. Cuando llegan los buenos tiempos y los buenos gobernantes, logramos apaciguar un poco la sed, sin embargo aún esperamos al Mandraque que con un abracadabra haga constante y general este precioso bien de norte a sur, desde la seca y hasta la Meca peninsular, que llegue al desierto y a cada wayuú o arijuna y cuando esto ocurra, creo que sería oportuno bajar a Padilla del centro de la plaza y mandarlo a descansar para subir al mago que lo logre e iniciarle un proceso de beatificación.
El fulano que lo haga sería el santo del agua, patrono del desierto peninsular, benefactor del pueblo guajiro. Cuando por el viejo continente abro una pluma con la certeza y la tranquilidad de que “si hay” e irresponsablemente, por puro gusto la dejo correr, desperdiciándola, de inmediato me remuerde la conciencia y me apresuro a cerrarla con vergüenza, no por ambientalista o por obedecerla a Greta Thunberg, lo hago por Guajira, porque mis genes me lo ordenan y la sangre que corre por mis venas se conecta con su origen para recordarme que a 10.000 kilómetros de casa, en una tierra árida y desértica mis hermanos mayores, “los wayuú” aún mueren de sed.
Que tengan ustedes una Feliz Navidad y que el Niño Dios se acuerde del pueblo guajiro y, de una vez por todas, calme nuestra sed.