Hace unos días recibí muy temprano una llamada especial. Son esa clase de llamadas que alegran el día aún en medio de las difíciles circunstancias que como humanidad vivimos, renuevan las fuerzas y generan una nueva perspectiva del presente, impregnando el corazón de nuevas esperanzas frente al futuro.
Muy formal, la directora del Programa de Trabajo Social de la Universidad de La Guajira, Divina Estrella, me informaba que se me entregaría un reconocimiento como egresada destacada de ese programa en el marco de la celebración de sus 25 años de creación. Mi emoción fue irrefrenable e inmediatamente le agradecí con la voz quebrada y los ojos anegados por tan maravilloso gesto que me llenó no solo de alegría, sino de inmensa nostalgia.
Le agradecí con la calidez que mis sentimientos y voz me lo permitieron, felicitándola además a ella, a la Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Milvia Zuleta, y a todo el equipo directivo y docente que, en tantos años de estrategia colaborativa con disciplina y un alto sentido ético, ha impulsado tanto el crecimiento como la evolución del programa, teniendo en cuenta los más altos estándares de calidad académica y de un férreo compromiso con la realidad del Departamento.
Inmediatamente inició en mi mente una retrospectiva que me llevó necesariamente hacia mi llegada a la Universidad de La Guajira como estudiante, en la que sería mi segunda carrera profesional, pues la primera es el Derecho, el cual cursé en mi querida Universidad Santo Tomás de Bucaramanga, de la cual conservo, además, los más gratos recuerdos. Comenzar a formarme como estudiante de pregrado en una nueva área del conocimiento en mi ciudad natal fue una experiencia realmente estimulante, pues de la mano de excelentes y apasionados docentes avanzamos en un camino lleno de historia, de teorías, de enfoques sobre la intervención profesional, de las loables luces orientadoras de otras ciencias sociales como la Antropología, la Psicología, la Sociología y el Derecho, pero también de múltiples e interesantes escenarios prácticos que nos llevaron tempranamente y desde el primer semestre, inclusive, a conocer y reconocer los barrios y zonas vulnerables de Riohacha, las comunidades étnicas y los contextos indígenas, sus necesidades, estructuras, organizaciones, figuras de liderazgo y las gigantescas oportunidades y retos que como futuros profesionales teníamos respecto del presente y el futuro de nuestra tierra en aquella primera década del siglo XXI.
Dedico este reconocimiento a mi madre Ena Luz Aguilar Arismendy, luminoso faro de luz de mis sueños y anhelos, cuya sabia voz tocó mi corazón y me motivó a estudiar esta hermosa y estimulante carrera. A mi hijo Manuel Antonio de Jesús, depositario de mi amor infinito y fuente inagotable de inspiración en cada paso que doy, quien con su llegada resignificó mi existencia haciéndome mucho más fuerte y valiente de lo que hubiera imaginado.