Todo empezó con una indiferente mirada a las noticias en una tierra lejana que daban cuenta de una nueva enfermedad propiciada por un virus, tal vez escapado de un laboratorio o tal vez soltado adrede por quizá que pérfida razón.
Creo que la verdad nunca se sabrá, aquí lo único que cuenta es sobrevivir y todo aquello que nos ayude a hacerlo, a salvar vidas y seguir porque pase lo que pase “el show debe continuar”.
Bueno, y esto es lo que hay, una pandemia que nos tiene el alma en vilo y muchos muertos por contar, donde cada quien, resilientemente, echa mano de lo que tiene.
Y les digo, que si por allá llueve, por aquí no escampa, ahora nos persiguen los fantasmas de las mutaciones y quizá que otro perendengue le saldrá a esta vaina, hasta un pelo al huevo y una quinta pata al gato, a estas alturas ya nada me sorprende.
Pero nos queda el amor, ese motor que mueve la humanidad entera, así que a amarnos más y agarrarnos duro para este, espero, “último” remezón, emulando al Cardón Guajiro, el chacho del aguante, el imbatible del desierto, extrayendo el néctar de su resiliencia y empapándonos de él, para soportar esta plaga perniciosa, dar lo mejor de cada uno y combatir.
Aprendamos de nuestros hermanos mayores, mi pueblo wayuú. Ahí está intacto y resiliente, sobreviviendo a las 7 plagas, pero fiel a sus costumbres y tradiciones, aún así pescando esperanza, pastoreando la vida, tejiendo ilusiones, fermentando consuelo y amasando el tiempo magistralmente.
Tú haz que valga la pena este viaje, hazlo por los que se fueron y aún tenían tanto que dar; entonces dalo tú por ellos, porque el mejor regalo de este 2020 es estar vivos.
Ahí está mi tierra guajira, tantas veces golpeada y olvidada y aún así cuenta con su manada de amantes, que la sueñan grande… y yo me meto en ese combo.
Después de todas las cenizas que deja este incendiado 2020, abonado con el río de lágrimas que derramamos por nuestros muertos, enterrados con afán, sin la solemnidad acostumbrada en nuestras honras fúnebres, sin el acompañamiento masivo de nuestros familiares y amigos; guiados por nuestras fervorosas oraciones y a la luz de las incontables velas que prendimos implorando al creador, espero verla renacer con el nuevo año, pueblo mío, no como el Ave fénix que es pura mitología, sino como el Cardón Guajiro, él sí que es tangible, real, recio y fuerte y sabe soportar la adversidad y en medio de ella, brindar su fruto.
Como una bocanada de aire fresco, nos llegó la vacuna; el domingo 27 la comunidad europea puso las primeras dosis e inició una masiva campaña de vacunación y, desde ya, soplan vientos esperanzadores.
Pa’ lante paisanos y enterremos este triste 2020, confiando en un mejor 2021.
¡Feliz año!