Marga Lucena Palacio es la típica riohachera franca e irreverente, de piel morena que la llena de orgullo, hoy número 10 en Amazon con su obra ‘Inmigrando’ en narrativa hispanoamericana a un escalón del nobel de literatura Gabriel García Márquez.
“En la obra cuento mi experiencia y de millones de mujeres que dejan su tierra. Nace de la nostalgia, de la melancolía, de sentirse lejos de casa, de las ilusiones y de las esperanzas de luchar por abrirse paso en una sociedad e integrarse y aprender a ser feliz en ella”, es el relato de la escritora guajira a Diario del Norte.

Nació en Barranquilla, pero a temprana edad llegó a Riohacha, la tierra de sus ancestros, donde creció y disfrutó su niñez y adolescencia rodeada del amor de su familia, y de esos amigos que conserva a pesar de la distancia. Su vida escolar transcurrió en el Colegio la Sagrada Familia.
Posteriormente se graduó de Derecho y como Especialista en Administración Pública en la Universidad del Norte de Barranquilla.
El destino la llevó en el año 2000 a la Ribera Ligure italiana, donde reside con su esposo Ingeniero y Físico Nuclear, Giacomo Puppo, y su unigénito adolescente, Stefano.
En el 2001 publicó su primer libro ‘Latiendo’, una novela que describe, en su estilo costumbrista, la Riohacha de los años 80.
El libro ‘Inmigrando’ es el resultado de seis años de escribir y leer, empezó en el año 2015 pero se distraía por la dulce vida italiana y ser mamá.
“Necesité de una pandemia y un encierro para concentrarme con disciplina a terminarlo, se lo dedicó a todos mis paisanos que siempre han sostenido mis letras y han admirado mi arte y con ello me han impulsado a insistir, persistir y nunca desistir”.
La distancia en kilómetros de su tierra hace más de 20 años, la acerca más a ella, mantiene ese estrecho vínculo con sus paisanos y nutre así ese cordón umbilical con su Riohacha del alma, mantiene encendida la máquina del tiempo, transportándola a los lectores de su columna semanal en Diario del Norte a esa Riohacha en este medio de información a través de sus emotivos escritos.
El prólogo
“Qué placentera y recomendable experiencia escuchar la voz de Marga Lucena Palacio y compartir con ella su luminosa travesía a través del piélago de sus palabras”, escribió Ernesto Caballero, dramaturgo, director de escena, profesor y gestor de compañía teatral español, autor del prólogo de ‘Inmigrando’.
Mientras leía ‘Inmigrando’ recordaba aquellas apasionantes crónicas que nos dejaron los expedicionarios europeos del llamado Nuevo Mundo, que, efectivamente lo era para el viejo continente, del mismo modo que para el nativo era nuevo el mundo que encarnaban aquellos intrépidos expedicionarios; relatos que daban cuenta con exhaustiva y lacónica objetividad de sus afanes, asombros y calamidades en aquellas promisorias tierras.
En este aspecto, el relato de Marga resulta de una exultante elocuencia. La autora demuestra una sorprendente capacidad para indagar en el controvertido asunto de la otredad; para ello –y he aquí uno de los aciertos de la novela– establece una doble perspectiva: por un lado, la propia mirada del personaje femenino (y en gran medida de la propia autora), y por otro, la de Salvatore, contrafigura de la protagonista.
La fusión de dos cosmovisiones, en principio definitivamente distanciadas en todos los aspectos, será el desencadenante de un vibrante relato de viajes que, como los buenos relatos, nos habla, antes de nada, de nuestros trémulos viajes interiores.
Lo cierto y lo incierto cristalizan en una fábula amorosa cuyo desarrollo, sus fatales desajustes, malentendidos e inevitables secretos y ocultaciones, deviene en elocuente metáfora de los obstáculos y dificultades de la integración del otro, del diferente; así como en la posibilidad de superarlos con determinación. Una fuerza y arrojo que palpitan exultantes en cada una de las páginas de ‘Inmigrando’.
La obra está dividida en tres partes, tres actos impulsados por la lucha esforzada de su protagonista por abrirse paso en un nuevo país.
En el primero se exponen todas las circunstancias que se concitan en el acto de migrar: apegos, desprendimientos, incertidumbres, trabas… Sin incurrir en ningún momento en el lamento autocompasivo ni en consabidas denuncias de corto alcance reivindicativo, se nos ofrece, por el contrario, un cuadro vivo y luminoso del entorno familiar de una mujer profundamente enraizada en el entramado sociocultural de ese mágico territorio en el Norte de Colombia que es La Guajira.
Me cabe el privilegio de haber viajado en numerosas ocasiones a ese Macondo del Caribe donde el mar y la tierra árida e inflamada hacen de la vida un espejismo de asombros y quimeras, donde los sueños indígenas, criollos, mestizos se entreveran con leyendas de inusitados visitantes: conquistadores españoles, piratas ingleses y contrabandistas de todo linaje y condición, y también de espíritus y criaturas procedentes de universos mistéricos y sutiles… La Guajira es, ciertamente, un rincón de magia y ensueño habitado por gentes generosas y apasionadas que atesoran la excepcional cualidad de privilegiar los aspectos más esenciales de la existencia.
Una sabiduría ancestral y reservada que, como en el caso de Carmen Matilde, resulta certera brújula existencial en los momentos más decisivos del viaje de la vida.
El guajiro sabe divertirse, pero también sabe que la parranda es algo más que una mera evasión de las rutinas cotidianas, una estricta diversión en el sentido etimológico de la palabra: deliberada vuelta de la realidad, tal que los rituales de un insólito Carnaval como el de aquellas despojadas tierras, una fiesta sincrética que rezuma el misterio de atávicas ceremonias.
Como Dios en la Tierra no tiene amigos anda en el aire… nos canta ‘Juancho’ Polo Valencia en un memorable vallenato, haciéndose portavoz de un sentir colectivo que es suspiro, celebración, resignación y aliento: unidad de contrarios que solo conciben de forma natural los hijos de aquellas apartadas tierras. Marga y sus gentes.
Así pues, con este bagaje, nuestra protagonista emprende su travesía hacia Europa, concretamente a la bella región de la Liguria italiana, donde se desarrolla la segunda parte también de la narración. Carmen Matilde y Salvatore se nos muestran como diestros maestros en el arte de ponerse en el lugar del otro, decididos a ampliar sus respectivos horizontes con usos y costumbres, en principio, ajenos para cada uno de ellos.
La fuerza del amor, su desinteresada entrega, una vez más, obra el milagro de armonizar la diferencia, de hacerla complementaria… La Guajira y el genovés se buscan, se descubren, se aman y terminan compartiendo sus respectivas peripecias vitales… Reeditan, de este modo, uno de los más prominentes fenómenos civilizatorios que conocemos como mestizaje.
Y como signo vivo de ello, la postrera incorporación al relato de una nueva criatura, Alfredo Delfino, feliz culminación de una obra escrita con un radiante lenguaje, deliciosamente aderezado con exquisitas expresiones de un español desgraciadamente ausente de nuestro idioma común a este otro lado del Atlántico. Palabra que vibra y da cuenta, como en las viejas crónicas de Indias, de una voluntad inquebrantable de adentrase en los más inexplorados azares para descubrir la vida. Y cantarla.