El altamente desagradable y más reciente episodio de Ana del Castillo con su colega Iván Villazón, motivan esta diatriba.
Comienzo diciendo que, asumo el riesgo que esta diatriba sea atacada y troleada por fuerzas “indignadas” o de defensa del feminismo por tratarse de una mujer a la que dirijo mis cuestionamientos. Si Villazón se hubiese despachado con “catapilas de v…” y sus “siete mil quinientas millones de veces de HP”, el país, exacerbando la disputa genérica, estaría indignado en un espontáneo movimiento “pro Del Castillo” y en defensa a ultranza de “esa aguerrida chica provinciana que se atrevió a ser famosa en un medio machista como es el vallenato”.
Ana, la que se ha hecho famosa con buena voz, pero también con toda la dinamita que pone a todo lo que hace y dice, la que cada semana arma un escándalo como andamio al éxito, la que mueve las redes por arrebatos a veces lésbicos y en otros de “hombreriega”, la que ha reconocido que ha probado de todo, desde el lesbianismo hasta la droga, la que no le avergüenza su alcoholismo, ha generado toda una novelería inédita en el mundo de la farándula vallenata.
Estábamos acostumbrados a que Diomedes dejara a su público esperando en un concierto, a que a veces saliera con un “no sea sapo, lambón, marica” a un fanático que le pide con insistencia una canción; a los problemas de drogas de algunos de nuestros famosos cantantes, a que Silvestre lanzara puyas a sus colegas en tarima, o que por redes sociales dos intérpretes intercambien algunos insultos y a los pocos días se abracen en reconcilio. Pero todo eso y mucho más se nos vino con esta chica.
Es de alarmarse cuando Ana del Castillo sale en videos gritando obscenidades o borracha, besando a una amiga, confesando sus adicciones o mostrando senos, ya que todos conocimos la imagen de Rita Fernández, tan casta que nunca se casó. Tenemos aún la imagen de una sufrida Patricia Teherán, María José Ospino o Lucy Vidal. Todas unas damas, una carrera intachable y decorosa. No es que se le pida a Del Castillo que las emule, solo que dimensione su desmesura, que siempre tenga al lado a alguien, con algo de prudencia, para que le arrebate el celular cuando la insolencia, la borrachera y la insensatez se apodere de ella y la mueva a publicar sus comentarios sin prever las consecuencias.
Me atrevo a decir que es un verdadero Frankenstein en su estilo. En ella, se reúne lo malo y lo bueno de Diomedes Díaz, Silvestre Dangond, Madonna, la Tigresa de Oriente y Paquita la del barrio. De Diomedes tomó tanto sus adicciones como sus incumplimientos a los compromisos artísticos, también su confesa promiscuidad. De Silvestre, su prurito por cazar peleas con los colegas, su irrefrenable lengua que no conoce la prudencia; pero también, así como de Diomedes, sus grandes cualidades vocálicas, su espontaneidad provinciana, su carisma y expresividad. De Madonna sus atributos físicos, su potencial como ‘bomba sexy’, su coquetería y falta de pudor, su don de seducir y utilizarlo a favor de su escalamiento al éxito. Nunca en el vallenato habíamos tenido una ‘bomba sexy’ como cantante, eso es novedad y Ana cada día va a mostrar un poquito más, hasta que no nos sorprenda que se empelote algún día en plena tarima. De La Tigresa de Oriente, ‘Anita’ parece haber tomado su desfachatez, la desmesura y la chabacanería, lo burdo de sus gestos y palabras. Por último, de Paquita la del barrio, nos ofrece como parte de su coctel, el tono arrabalero y directo, su inclinación a cantar canciones en las que toma venganza de los hombres, lo contra hegemónico, lo contestatario, pero poco sutil de sus canciones.
Ana revolucionó el mundo del vallenato que pensaba haberlo visto todo en Diomedes y Silvestre. Algunos se preguntan si ella los escogió como modelo comportamental, es decir, si es una impostura para, igual que ellos, llegar al éxito, lo que sería un mal precedente para los nuevos artistas. Concluyo diciendo que la bella Ana del Castillo tiene todo el talento y el carisma para encantarnos a todos, incluso a quienes escribimos diatribas en su contra.