Un problema endémico y sistemático que afecta a la sociedad es la corrupción. En Colombia –ni se diga– sí que sabemos de eso; somos campeones mundiales en corrupción. No hay día que pase sin que no se destape un nuevo escándalo de corrupción en el país. La corrupción no tiene estrato social ni nivel educativo, la cometen ilustrados, poderosos, autoridades, empresarios, y la persona común y corriente que ofrece una dadiva para no ser sancionado por haber cometido una infracción.
Tan antigua como el hombre es la corrupción que Judas fue el primero que se dejó corromper por unas monedas para traicionar a Cristo. Con cierta sorna suelo citar la famosa frase de los filósofos hermanos Nule que dice: “la corrupción es inherente a la naturaleza humana” y, tienen razón, porque los animales no son corruptos, para proponer como solución al problema, acabar con el hombre, porque sin humano no hay corrupción, entonces si acabamos la humanidad se acaba la corrupción.
El presidente Turbay Ayala dijo, con cierto pragmatismo, y por eso fue objeto de burla, que la corrupción no podía acabarse sino reducirse a sus justas proporciones. Tenía razón, porque nadie ha podido acabar con ella, a pesar de los esfuerzos legales que se han hecho expidiendo cualquier cantidad de normas y estatutos anticorrupción para combatirla, sin resultado.
Históricamente La Guajira ha vivido una cultura de ilegalidad. Se recuerda la época de la bonanza marimbera –con su estela de muertes– contrabando de mercancías, tráfico ilegal de gasolina, carteles de la droga y, más recientemente, la corrupción que se ha enseñoreado y metido en líos judiciales a más de un gobernante y a varios alcaldes.
Como en la obra de García Márquez, esta tierra privilegiada por la naturaleza con tantas riquezas naturales, parecería estar condenada a vivir “cien años de soledad” por culpa del abandono y del atraso en la que ha estado sumida por décadas. Con tanta plata recibida –miles de millones– de dólares que generan las regalías, es increíble que en La Guajira no haya agua y la gente se muere de sed, los niños no tienen escuelas para estudiar, las vías están en pésimo estado y, en general, sus habitantes no tengan una mejor calidad de vida. Somos vergüenza nacional con la cantidad de alcaldes y gobernadores condenados penalmente o sancionados por corrupción, en los últimos periodos.
Al doctor Luis Alfonso Colmenares, guajiro, hombre probo, lo conoce todo el país por la tragedia familiar sufrida por la muerte de su hijo, y haberla enfrentado con estoicismo, firmeza de carácter y dignidad.
El doctor Colmenares es un ciudadano admirado y respetado que ha tenido el valor civil de denunciar públicamente, por diversos medios y a través de sus columnas escritas, presuntos hechos de corrupción sucedidos en la Guajira, que encontraron eco en el informe publicado por la periodista Salud Hernández en la revista Semana, donde se describe la distribución de cuantiosos recursos para la construcción de obras públicas en distintos municipios del Departamento. Sin acusar o nombrar a nadie, el doctor Colmenares ha denunciado objetivamente los hechos, esperando que las autoridades competentes hagan su trabajo y adelanten las respectivas investigaciones para determinar si hubo actos de corrupción en esa repartija.
Como el Quijote, el doctor Colmenares ha emprendido una cruzada contra los molinos de viento de la corrupción, anunciando a través de un video publicado en sus redes sociales que su lucha continúa en favor de la gente, posición respetable pese a los riesgos contra su vida por las amenazas de que ha sido objeto.
Como colega de opinión le expresó mi solidaridad y, por supuesto, espero que la divina providencia proteja su vida y, le recuerdo como decía el Quijote “‘Ladran, Sancho, señal que cabalgamos’.