“La de Nazaret es la familia modelo, en la que todas las familias del mundo pueden hallar su sólido punto de referencia y una firme inspiración”.
Los individuos hoy, son menos apoyados que en el pasado, por las estructuras sociales en su vida afectiva y familiar.
Existe hoy, un individualismo marcado, que desvirtúa los vínculos familiares, donde cada ser humano convive como isla.
Hay que valorar más la comunicación personal entre esposos, y se contribuye a humanizar toda la convivencia familiar.
Nuestro encierro en la comodidad y la arrogancia, nuestra incapacidad para donarnos generosamente, incrementa el número de parejas que le huyen al matrimonio, aumentando a su vez, las separaciones.
Cada día aumenta el número de personas que desean vivir solas o que conviven sin cohabitar.
La exigencia de prestación de servicios, nos hace ver al otro como un simple cliente que nos presta un servicio a domicilio.
De alto riesgo se convirtió a la familia en un lugar de paso, al que se acude y le parece conveniente para sí mismo, o donde se va a reclamar derechos; mientras que el vínculo queda abandonado a la precariedad.
El matrimonio, compromiso de exclusividad y de estabilidad, termina siendo arrasado por las conveniencias, circunstancias o por caprichos de la sensibilidad.
Se teme a la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar los logros a las aspiraciones personales.
Con frecuencia se presenta al matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación.
Se está viendo al matrimonio como un peso a soportar para toda la vida.
La velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra, es alarmante.
Se está trasladando a las relaciones afectivas, a lo que sucede con los objetos y el medio ambiente: todo es descartable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós!.
Existe una cultura de jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Ideologías que desvalorizan el matrimonio y la familia.
Las crisis matrimoniales frecuentemente se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, diálogo sincero, perdón recíproco; de la reconciliación y también del sacrificio.
Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana.
Se puede afirmar que una de las mayores pobrezas de la cultura actual, es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de poder relacionarnos y servirle a las otras personas.
Sentimos impotencia frente a la realidad socioeconómica que a menudo acaba por aplastar a las familias, en lo moral, emocional, sicológico, social, físico y espiritual.
El apego a las cosas, las preocupaciones materiales, el ego, el deseo de poder, de tener siempre la razón; hace que nos parezcamos a una planta trepadora, que puede crecer hasta donde llega el muro. Pero el propósito del Señor para nosotros es muchísimo más grande, más amplio.
Los apegos, la búsqueda de poder nos frena, frenan nuestro vuelo y nos lleva a detener nuestro paso, en medio de tanta idolatría y de perspectivas que no son de Dios.