El Covid-19 nos marca una terrible huella humana para la historia inmortal. Es un golpe que atormenta la salud de las personas, dejando secuelas destructivas y de lenta recuperación, cambiando y transformando a las personas en comportamientos, hábitos, modalidades y costumbres domésticas y sociales.
Todas las familias se han visto afectadas, unas más que otras, por destino de la vida con el Covid-19, en lamentables circunstancias de situaciones imprevistas, poco conocida en científicos de la medicina para enfrentarlo y erradicarla.
Las vacunas experimentales que aplican es un paliativo en prueba, que pueda servir para frenar contagios infecciosos de conformidad con resultados que arrojen los biológicos inyectados a las personas para consolidar certeza de efectividad en prevención y erradicación de la citada pandemia.
Lo curioso son las variedades de cepas que han aparecido, haciéndole el “quite” y toreando efectos de vacunas. De ahí que la pandemia se mantiene vivita, haciendo estragos. Estamos a lo que Dios disponga, con la vida de cada uno de los seres humanos. A él nos encomendamos con fe.
El Covid vino para quedarse entre las distintas formas de gripas que padecemos, sin identificarla, pero no será el único mal que nos afectará durante el presente siglo. Aún cuando el tercer pico viene descendiendo en Colombia, sorprende la continuidad de nuevos picos y rebotes contagiosos originados en variaciones del citado virus, como está ocurriendo en Estados Unidos, Israel y Europa que no obstante haber vacunados a sus habitantes, continúan registrando altos contagios.
El fenómeno climático impredecible, en tormentas sísmicas, inundaciones y recalentamientos que se nos avecinan, es apocalíptico, peor que las Siete Plagas de Egipto. Las muertes se originarán, además de virus, bacterias, hongos, parásitos y plagas por sequías y hambre, en condiciones difíciles de controlar, por multiplicidad invasiva de diferentes factores extraños que pondrán jaque a la humanidad.