“No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. La forma más antigua de comunicación, desde la civilización sumeria, en el siglo III a.C., hasta nuestros días, indudablemente, son los refranes; recogen la sabiduría popular, con fines didácticos, morales o filosóficos, reflejando la cultura de los pueblos. De hecho, “decimos refranes, decimos verdades”. En efecto, el año anterior, considerado por algunos como apocalíptico, y bajo esta denominación, es imprescindible hacer profundas reflexiones para remarcar, esos días adversos, en la historia de la humanidad las funestas consecuencias que nos han dejado; los cambios inminentes en la vida cotidiana, el actuar político de los gobiernos y la vida social. Estos cambios han generado desesperanzas, viendo que el tiempo pasa inexorablemente sin regreso, llevándose nuestros sueños, nuestras ilusiones y nuestras vidas. Hasta el momento, no está claro cuándo terminará la pandemia, porque la fecha final aún está en la nebulosa del tiempo, seguiremos luchando hasta el último suspiro.
De las pandemias conocidas, hasta ahora, no cabe duda, ésta es la más extensa. Y, por alguna razón, todos los habitantes del mundo estaremos afectados, nadie saldrá indemne de ella. Por otro lado, ha causado profundas brechas a la economía mundial. Sin embargo, tenemos la capacidad resiliente para superar esta grave situación con resultados positivos; como personas y como comunidad. Solamente se necesita la voluntad de los actores, levantarse nuevamente con objetivos diferentes, procurando conservar las precauciones de nuevos contagios con el virus. Aunque es posible que aún no se tenga un plan establecido para la reactivación de la economía y la vida social, pero sí es seguro que no se puede construir soluciones en una sociedad pos pandemia, cuando la toma de decisiones no establece como prioridad el tema ambiental y la salud, en todos los niveles, evitando los contagios y si nos contagiamos que sea de optimismo.
Pero este optimismo tropieza con una epidemia que afecta a la población, causándole un detrimento importante a los más vulnerables, condenándole a la ignominia y a la pobreza extrema. Es la corrupción endémica en el país; mata más que el Covid-19. Aunque nos aferremos a la esperanza de que todo mal no puede durar tanto, así como esperamos que los cambios se den antes que la enfermedad mate al paciente o el paciente derrote la enfermedad, las personas del común, construimos una idea representativa de la realidad y entendemos que por mucho esfuerzo que se haga, siempre estaremos involucrados en un mundo caracterizado por la desigualdad existente, donde más de la mitad de las riquezas se concentran en un grupo reducido de la sociedad.
La corrupción ha infectado las altas esferas políticas del país. Sin recatos vemos que por causa de la emergencia sanitaria, un sinnúmero de funcionarios públicos, incluyendo ministros, con responsabilidades en el control de la crisis, encontraron la oportunidad para robar. Esto queda corroborado por informes y estudios realizados por entidades de gran prestigio en América, entre ellas están el Índice de Desarrollo para América Latina (IDERE LATAM), el Instituto chileno de Estudios Municipales de la Universidad de Chile, y del Instituto de Administración y Economía de la Universidad de la República de Paraguay. Todas han coincidido que Colombia es el país con más desigualdad entre 182 países estudiados, además de tener las mayores grietas entre regiones. Cabe destacar, que ningún otro país de Latinoamérica tiene tan grandes fisuras en los niveles de desarrollo, incluyendo educación, salud, bienestar, economía, seguridad, medio ambiente, por mencionar unas de las 25 variables estudiadas.
Existe tanta desigualdad, que los esfuerzos que se hagan no son suficientes, porque premiamos a los más incapacitados para gobernar. En los últimos meses de pandemia, el presidente y los ministros han mantenido al país en total desinformación; para mencionar un solo punto de alto impacto: las vacunas; un día dicen que ya están compradas y la vacunación comienza en febrero, pero al siguiente cambian la fecha y no muestran los contratos para su adquisición. Es un gobierno que califica dentro de los peores. “Kakistocracia” así lo llamaría Polibio. Constantemente se aprovechan de la debilidad y estulticia de las personas, sin embargo, son incapaces de asumir su responsabilidad y sacan provecho del miedo y el pánico de la población. Utilizan el poder y los recursos públicos, para beneficios personales. Igualmente, fomentan otros delitos tipificados en: sobornos, extorsiones, peculados y clientelismo. Estamos frente a un gobierno donde muchos de sus ministros han sido sometidos a mociones de censura y otros altos funcionarios incapaces de sacar a flote este país.