Siempre se ha dicho que la naturaleza es sabia. Este concepto no es bien recibido por personas contradictoras. Sin embargo, pienso que de ella recibimos grandes enseñanzas. La mejor ilustración que tenemos de la naturaleza se refleja en el siguiente proverbio: “La gota de agua perfora la roca, no por su fuerza, sino por su constancia”. La intención no es ahondar sobre la sabiduría de la naturaleza, el interés está centrado en cómo se ha utilizado la “perseverancia”, en sentido literal, para permear la conciencia social y de cómo muchos personajes, sobre todo políticos, la utilizan para polarizar a los pueblos, rompiendo sus paradigmas.
Un político alemán, ministro de información y propaganda, Joseph Goebbles, considerado siempre por sus oponentes políticos, un peligroso demagogo y agitador de masas, utilizándola, hábilmente logró sus objetivos. Creador de famosas frases, donde se destaca; “Una mentira mil veces repetida se transforma en verdad”. Cuya idea principal es la perseverancia, aplicada hoy por muchos políticos.
Bajo esta premisa y en medio de la indiferencia de un pueblo anestesiado, con tendencias a ignorar o negar el alto grado de indefensión y miseria sufridos, sin percatarnos que el verdadero factor, que empobrece a la población vulnerable, es no tener conciencia de su propia realidad y de su entorno. “Es el hombre quien toma sobre sus hombros el hacerse cargo de la realidad”, aseveró, Ignacio Ellacuría, filósofo, escritor y teólogo español, naturalizado salvadoreño.
Cuando tenemos pleno conocimiento de nuestra propia situación y de los demás integrantes de la comunidad, donde interactuamos, empezamos a experimentar el principio de conciencia social. No es el trato ni las cualidades en las relaciones humanas. Es algo más importante; la dignidad y los derechos de los seres humanos.
Lastimosamente no es así. Los vínculos entre los integrantes de la comunidad, no son los mejores. Existen rupturas en las interacciones. La polarización se ha encargado de romper esos vínculos y hoy se encuentra enquistada en el pueblo colombiano, que ha recibido esas ideas por ósmosis, escuchando, básicamente, un breve y repetitivo discurso, que seremos “un estado castrochavista”. Es una especie de revuelta anestesiada que ha permitido llevar a los más altos cargos a personas que, según los define la RAE, son “de pocos méritos”, es decir, del montón.
Lo cierto es, que esta sociedad no enaltece a quien tiene voluntad de servicio ni a los convencidos de mejorar el sistema en el que vivimos. Siempre ha sido costumbre premiar, por alguna circunstancia, a los que menos tienen conciencia y afinidad hacia los demás. Este contraste entre la mediocridad de los que eligen y el elegido no varía. Tienen el pleno convencimiento, adictos a los conflictos, que los combates son mejores que los diálogos. No piensan ni miran los terribles efectos causados por las guerras. ¿Por qué? Porque existen indicios, señales inequívocas, que esta sociedad está alienada por líderes hipócritas, quienes dicen ser patriotas, pero promueven la mediocridad. En lo alto de este sistema “mediócrata” están los políticos. Políticos mediocres muy versados; aquellos aplicados en el servilismo y libres de convicciones propias. Pueden llegar a ser presidentes.
Las inclinaciones mañosas y receptivas con las cuales nos califican, a los colombianos, son cualidades hereditarias, son ancestrales. Por eso, la mediocracia, según señala Alain Deneault un autor francocanadiense de Quebec, conocido por su libro Noir Canada: Pillaje, corrupción y criminalidad: nos adormece antes que pensar.
El mismo autor sostiene que la mediocridad está generalizada en todos los políticos y que el orden político de extremo centro, es una propuesta para suprimir los debates entre izquierda y derecha, sustituyéndolos por palabras vacías. Así vamos como en la anécdota de G. K. Chesterton; Cuentan que Gilbert Keith Chesterton / G. K. Chesterton, fue un escritor y periodista británico, era muy despistado. En una ocasión, viajando en tren, el revisor le pidió el billete. Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso. Entonces el revisor le dijo: “Tranquilo, no se preocupe, yo sé quién es”. “Yo sé quién soy, –repuso Chesterton– lo que me preocupa es que no sé para dónde voy”. Ya estamos embarcados para este viaje y el cobrador no pedirá los boletos del pasaje porque nos conoce y sabemos quiénes somos, pero no sabemos para dónde vamos.