“Pensé vivir donde jamás lograra palpar tu presencia, abriste el cielo del olvido y me di cuenta que estoy perdido en el camino de mis sueños”
El aparte preliminar transcrito corresponde a la canción titulada ‘Mi presidio’ de la autoría de Mateo Torres que grabó con su voz Romualdo Brito acompañado por el Acordeón de Ismael Rudas, la cual es recurrente en la radio colombiana, vino a mi mente a propósito del sino trágico que persigue a los protagonistas de la música vallenata, que esta vez se lo llevó a él, al Treintero grande entre los grandes, ‘El cantor de los Indios’.
Evidentemente como premonitoriamente lo dijo en el canto ajeno, muy temprano y en la plenitud de su inspiración se abrió para él el cielo del olvido, y perdido para la vida terrenal está ya, porque se extravió en el camino misterioso del sueño eterno, la parca lo visitó, y nos dejó a los admiradores de su obra en esa disyuntiva extraña, entre la desesperanza por su vacío, y la incertidumbre por su temprana ausencia, y no es para menos, porque estamos en un momento crucial, cuando el vallenato tradicional se debate entre su reivindicación o la catástrofe, y en esa coyuntura, él tenía mucho que mostrar, bastante que decir y talento por aportar.
Dios debe estar satisfecho porque se llevó a sus aposentos una gran persona, a un compositor, cantor y folclorista cuya obra habla de él mejor que yo, estamos perplejos y lamentamos que esto haya sucedido, ¿es el momento en el cual uno pregunta, porque insiste la fatalidad en su propósito de llevarse consigo a esas personas que aportan su talento para alegrar los corazones ajenos?
Fue Robrilo un compositor escuchado, respetuoso y respetado, que así como tuvo tiempo para cantar a las mujeres –las suyas y las ajenas– también le cantó la tabla al establecimiento cuando fue necesario, particularmente en aquel tiempo atroz cuando recién terminada la famosa Bonanza Marimbera, en el fragor de las guerras familiares que martirizaban a La Guajira, y las armas de la República fusilaban los Derechos Humanos, fue la voz que reivindicó los derechos de un pueblo indefenso y silenciado, olvidando que en ese oscuro periodo el valor civil llegaba hasta donde empezaba el instinto de conservación, lo hizo a su manera en 1979, cantando ‘Soy marimbero’ con el Acordeón de Alonso Gil, ‘Mi Proclama’ y ‘El cantor de los indios’ con la voz de Adanies Díaz y ‘Soy el indio’ que grabaron Diomedes y Colacho, fueron cantos de profunda connotación social, para sacudir la conciencia de sus conciudadanos y exigir de la Nación el respeto a su derechos.
Como suele suceder, seguramente ahora llegarán todos los homenajes a su memoria, los que merecía en vida y nunca recibió, porque en ese aspecto pasa como decía mi vieja, que “Vale más caer en gracia que ser gracioso”, fue un hombre de cuna humilde y de buenas maneras, buen amigo y mantuvo a pesar de su grandeza, los pies sobre la tierra, la fama no se le fue a la cabeza, por el contrario, fue siempre cálido, cercano e incondicional con su gente; hemos perdido los guajiros, y especialmente los defensores del vallenato verdadero a un aliado en la defensa de la música más emblemática de Colombia.
Hay suficientes razones para la aflicción colectiva, es la partida del más famoso de los Brito, un motivo para el gran dolor, que se siente en Tomarrazón y sus alrededores, para él, pedimos a Dios el descanso eterno y para su familia que les bendiga con la fortaleza para enfrentar el golpe brutal inesperado.