Dolorosas e inquietantes imágenes se repiten por estos días en San Andrés, Providencia y Santa Catalina, Cartagena, en diferentes municipios del Chocó y de La Guajira, y en otros puntos de nuestra geografía nacional. El huracán Iota y tal vez uno de los peores inviernos de los que se tenga registro han causado estragos por doquier. Las pérdidas son incalculables. El país se encuentra en recesión económica por cuenta de la pandemia y para colmo de males se suma el fenómeno de la Niña. Vivimos con el credo en la boca.
Es innegable, estamos ante la presencia de fenómenos naturales imprevisibles e irresistibles, pues nadie puede medir cuán devastador puede resultar un huracán, no obstante, lo preocupante es la falta de previsión y la poca o nula respuesta institucional. Ante la inminente llegada de Iota no hubo planificación sobre rutas de evacuación, no se habilitaron refugios y lo que resulta aún más indignante, no se equiparon hospitales para atender a la población en riesgo. Más grave aún es que se haya permitido el ingreso de turistas a la isla en plena emergencia meteorológica. El abandono estatal en el archipiélago ha sido el mismo que ha reinado en el Chocó y en La Guajira donde las calamidades abundan, sobre todo en época de invierno.
En efecto, en Riohacha, el vetusto sistema de alcantarillado colapsa frecuentemente, incluso, sin necesidad de que arrecie la lluvia, pues la ciudad ha crecido desorganizadamente, evidenciándose la falta de planificación. Su sistema pluvial es igual de precario que sus gobernantes. Sus principales calles lucen anegadas e intransitables producto de pequeños chaparrones y de la desidia de sus dirigentes.
Algo semejante ocurre en Cartagena donde la corrupción campea en todas las esferas políticas. Lo que sucede en la Heroica es más deplorable si se tiene en cuenta que esta ciudad colonial ha vivido del turismo por años, actividad que mueve millones de dólares. Las fuertes lluvias han dejado al descubierto la escasa capacidad de los canales de drenaje y su ineficiente gestión institucional. “El corralito de piedra”, cuyas dos caras son ampliamente conocidas, está sumergida en irregularidades y corruptelas.
Capítulo aparte merece Chocó. Un cúmulo de problemas históricos amenazan con borrar del mapa a este desamparado Departamento. Claro está, sus funcionarios también han aportado su granito de arena. Han saqueado deliberadamente el erario a sabiendas de que con su conducta delictiva tienen garantizada una condena que los enviará a la cárcel. La prisión no los amedrenta. Esa mentalidad ruin ha conllevado a la parálisis administrativa de esta región. Su legado es la desdicha.
En tiempos de crisis, es cierto, nos une la solidaridad, pero si no se toman los correctivos y se hacen las inversiones necesarias para que el impacto de las lluvias sea cada vez menor, estaremos inevitablemente signados por la tragedia.