Así lo remarcan las agencias de noticias radicadas en el país de las maravillas, propensas a reeditar el maravilloso realismo mágico de la pluma majestuosa de Gabo y el profundo macondo repleto de historias contrastadoras pero tan reales como la vida en que está sumida la Colombia contemporánea, no es la carga la que nos pesa, sino, es el modo como la llevamos destruyendo los demás.
Al respecto, recojo el concepto de ese gran escritor y periodista Willian Ospina, colombiano de pura cepa; que afirma “se diría que cuando se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se olvidaron el derecho a la belleza y a la felicidad”. Empero, yo diría que la felicidad es un concepto que depende del estado de ánimo de las personas y el medio ambiente en que se desarrolla su personalidad; afirma Schopenhaver que “la felicidad es la salud” y a renglón seguido afirma Ospina, yo creo que es verdad, que la salud del cuerpo, la salud mental, la salud de la sociedad y la salud de la naturaleza, son las mejores condiciones para que la felicidad sea posible; pero andamos tan extraviados que en nuestro tiempo los sistemas de salud tienden a pensarse ante todo asuntos de atención médica, de farmacia y de cirugía y se olvidan de la preventiva, la más importante de todas. ¿Nos hemos preguntado por el sentido de la vida, buscando felicidad en un país sociológicamente en violencia?
Es obvio que muchos colombianos y colombianas son felices dado que tienen todo lo necesario para darse la gran vida; pero, qué decir de las que padecen los embates de la justicia, de los que lloran todos los días las muertes de sus familias, los que sucumben ante la negación de la salud, los que mueren por hambre y desnutrición, los que viven en zozobra ante la amenaza violenta de sus hijos o familiares, los que enfrentan hambrunas por miles de habitantes, a los que les violan los derechos más elementales, a los invisivilizados en la pobreza extrema, ¡seguramente que también son felices en medio de la carencia de todo! ¿Es posible su felicidad?
Como dije, el estado anímico es el termómetro con el que se mide esto que llaman felicidad, pero en un país en donde la muerte, el hambre, las enfermedades se enseñorean como la lógica de la gobernabilidad y porque además no tienen lo elemental ni siquiera para reír, signo antológico y semiológico de la felicidad; en cambio, la intranquilidad, la barbarie, el horror y el desplazamiento forzado imperio de la decepción y la tragedia social ¿será qué se puede ser feliz en ese infierno de inequidades? ¿Psicológica y moralmente es un país de impunidad, corrupciones y destruido por nosotros mismos?
No creo entonces en la corona de la felicidad que se le otorga a Colombia. Ni siquiera presumo, los ricos son felices porque son esclavos de su dinero y de su avaricia y sólo viven para ello; se muestran tensos, preocupados, viven encerrados en palacios lujosos, pero no tienen lo que los pobres en los extremos lucen, bailan, ríen, gozan con libertad de vida, son desprendidos y solidarios, andan por las calles cuando y como quieren; es una manera de ser felices. También en nosotros los guajiros; la felicidad son las paradojas para mejorar la vida que es una invitación a caminar en una dinámica humana, espiritual en nosotros, para lo cual Dios nos ha diseñado con las mejores gracias del amor y el perdón.