Por muy insensatas o restrictivas que sean las críticas que hagan a mis escritos, no me desagradan, antes, por el contrario, me dejan enseñanzas importantes. Aparte de su contenido, criterio moral y seriedad taxativa que tengan, por lo menos tendré un instrumento circunstancial con el cual mejorar, en el futuro, mis objetivas apreciaciones.
Pero lo que sí resulta incómodo es la arrogancia de ciertas personas, que no se dan la oportunidad de leer y analizar, de forma objetiva, las propuestas argumentativas del escrito y mucho menos exponen sus puntos de vista con ideas claras. Son incómodas porque, torpemente, están obligándonos a mirar donde no queremos hacerlo. Por consiguiente, si no lo hacemos, estaremos oponiéndonos a sus caprichos ideológicos y seremos ante la opinión pública, catalogados como terroristas. En estas circunstancias, lo más indicado sería acomodarse y nadar en esa corriente, pero estaría implícito renunciar a uno mismo.
No hace falta que nuestro coeficiente intelectual sea el más elevado o que tengamos el título del hombre más inteligente del mundo, para entender que los sucesos políticos, administrativos y “democráticos”, de este país, van por mal camino. Estamos en una encrucijada descomunal, de la cual, será muy difícil salir. La sociedad está inmersa en un círculo vicioso, producto de una polarización salvaje, condicionados por políticos inescrupulosos que nos han llevado a una violencia sin tregua y al caos social.
Nelson Mandela manifestó que, mientras las mentes perversas busquen venganzas, los estados serán destruidos. Colombia va por ese camino, cuesta abajo. Por tal razón, es de suma importancia que sus gobernantes, legisladores y quienes imparten justicia tengan una visión generalizada, mucho más allá de los intereses personales y de los padrinazgos políticos, para darle un giro fundamental al sistema asfixiante que tenemos, comenzando con la depuración de las instituciones para terminar con la corrupción política; solamente así recuperaremos la credibilidad en las mismas.
El israelí Avishai Margalit, en su filosofía moralista, ha dicho bajo la siguiente premisa que: “una sociedad decente o una sociedad civilizada, sus instituciones no humillan a las personas bajo su autoridad y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros”. Nosotros no estamos dentro de esa premisa, porque vivimos en un mundo que parece no tener autoridad ni ley. “Una guerra que es de todos contra todos”, describe claramente el filósofo británico Thomas Hobbes, uno de los fundadores de la filosofía política moderna. Es como si todos estuviéramos facultados para hacer lo que nos venga en ganas en absoluta libertad, con relaciones humanas regidas por la ley de la selva. ‘Cambalache’ es un tango compuesto, hace 86 años, por el argentino Enrique Santos Discépola. La canción, en su contexto, denuncia los males de su sociedad, la transforman en un tema universal y aplicable a cualquier país del mundo; hoy, nuestro país, es digno representante de esa denuncia.
No son suposiciones, pero, con los múltiples desatinos del gobierno, nos llevan a un régimen totalitario; todos los poderes están concentrados en torno al ejecutivo. El señor presidente hace caso omiso a las normas y oficia hasta de abogado del diablo, defendiendo a su mentor; para esto existen mecanismos judiciales y no es conveniente mezclarlos con el poder ejecutivo. Pienso que tiene un conocimiento absurdo creyéndose el dueño del poder y, que solamente él, tiene la razón. Reza el aforismo latino que “la ley es dura, pero es la ley”.
La constitución del 91 se ha ido al traste con esas actuaciones. Pero lo peor de todos los males, son aquellas personas que se molestan cuando se dicen estas verdades. Siempre se han creído superiores, creyendo que tienen un estrato superior. Precisamente, aquí comienzan los problemas con los que convivimos en este país. No se entiende y es normal, porque nadie nos dijo jamás a la clase social que pertenecemos: si estamos asalariados, es seguro que dependemos de un trabajo para subsistir; pertenecemos a la clase trabajadora, a la clase obrera. La clase media, sencillamente, no depende de salarios porque tiene rentas, empresas y cargos importantes, para vivir. Estamos ensimismados en esta ignorancia, además de aduladores y, producto de esto, seguimos insistiendo en defender y elegir personas que, sabiendo a ciencia cierta, están vinculadas con procesos judiciales, prevaricadoras y caciques políticos, para congraciarnos con ellos. No hay mejor regla para calificar que las evidencias.