Por Jorge Sprockel Mendoza
Parte I
Con mucha razón y no poca preocupación histórica a través del tiempo y del espacio, en el imaginario colectivo, del que fluyen los saberes locales, ha acuñado la recurrente expresión “las comparaciones son odiosas”; pero a trechos nos llevan a la reflexión para sacar conclusiones que pueden ser externalidades para agraviar o desagraviar. Las circunstancias de tiempo, modo y lugar nos concitan hacerlas para que la presente y futuras generaciones tengan la oportunidad de conocer verídicos sucesos y personajes que fueron protagonistas para bien o para mal de nuestra historia nacional o regional.
El título de este artículo, que se hará en tres entregas, es el que mis lectores verán plasmado en un documento de investigación comparativa, guardadas proporciones, entre los hechos vivenciados en Colombia y en La Guajira, que guardan estrechas similitudes, pues tanto a la dirigencia y gobernantes nacionales como a los de nuestra región, desde tiempo atrás, les ha faltado sentido de pertenencia y ha carecido de responsabilidad para salvaguardar sus intereses.
He fraccionado esta columna de opinión en tres publicaciones, porque son fragmentos de los tres capítulos en que está dividida la obra con unas doscientas páginas, intitulada ‘Colombia y La Guajira: Hermanas de Infortunios’ en lo Territorial, Económico y lo Político-Administrativo. En esta ocasión haremos un sucinto parangón en lo territorial entre nuestro país y nuestra península, que corresponden al Capítulo I.
Echando un vistazo a la historia encontramos que hacia 1832, después de la disolución de La Gran Colombia (1819-1830), Colombia tenía una extensión superficial un poco más de dos millones de kilómetros cuadrados y era dueña del Istmo de Panamá, de toda la península de La Goajira y de gran parte de la Amazonia y la Orinoquia. Pero con el discurrir del tiempo fue fraternalmente reducida a 1’141.748 Km2, siendo mermada en casi un millón de kilómetros cuadrados. Entre los incisos de una maraña de acuerdos (unos 25 tratados y 65 canjes de notas, negociaciones, actas, laudos, arbitrajes, pactos, convenios, protocolos, sentencias, transacciones y comisiones mixtas), el país ha entregado, en poco más de un siglo, aproximadamente lo que es la superficie territorial de Venezuela que tiene 916.445 Km2.
Para comenzar a dimensionar el cercenamiento de nuestro territorio, recordaremos la pérdida de la provincia de Panamá, no solo por la porción territorial de 78.200 km2, sino por lo que significaba su ubicación estratégica geográficamente y lo que actualmente representaría para nuestra economía, determinante potencial de desarrollo económico por ser un brazo interoceánico.
Pero no solo esa fue la mutilación, sino que también se apropiaron de nuestro suelo Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil; encogiéndose el mapa como piel de sapa. Sin que podamos olvidar las áreas continentales y plataformas submarinas que en litigios internacionales perdimos en la confrontación con Nicaragua en las cercanías de San Andrés, Providencia y Santa Catalina durante el mandato del presidente Álvaro Uribe, siendo negociador plenipotenciario el coronel Julio Londoño Paredes.
A estas amputaciones también fue sometido el territorio guajiro, comenzando por las varias concesiones a Venezuela como cuando Colombia cedió “a perpetuidad los valiosos terrenos situados en la costa oriental de nuestra península, dando así a la hoy llamada República Bolivariana de Venezuela completo dominio del lago de Maracaibo”. Igual suerte corrimos con el zarpazo territorial que nos dio el Magdalena que se apropió de una significativa franja colindante con el río Palomino. Según cartografía del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) para finales del siglo antepasado nuestra extensión territorial era aproximadamente 28.000 km2, hoy contamos con 20.848 km2 siendo cercenada en casi un 30%.
Recientemente nos ha tocado hacer frente a las pretensiones del Cesar en un litigio fronterizo. Según el vecino departamento una porción territorial de San Juan del Cesar le pertenece a Valledupar. Alegan que las inspecciones de Potrerito, Carrizal y Veracruz, y el barrio Perú de Patillal les corresponde; cuando en un censo poblacional del Dane de 1963, 1974, 1993 y 2005 los registra como de La Guajira.
Así como un informe de una Comisión de la Cámara de Representantes en 2011 estableció: “según cartografía oficial, la vereda Potrerito, Primer Rincón, Carrizal, el barrio Perú de Patillal y el caserío Veracruz de Badillo, en la actualidad pertenecen a La Guajira, donde pagan sus impuestos y sufragan electoralmente”. Lo que quedó ratificado por el fallo dado por el Congreso de la República en 2018, que aprobó los límites de los dos departamentos.
Este fragmento nos deja una reflexión: “Una nación, por pequeña que sea, está libre de ser humillada en su territorio si se mantiene unida, fuerte y vigorosa; solo las naciones divididas o desorganizadas excitan el deseo de cometer violaciones territoriales, y solo en ellos se pueden ejercer impunemente la alta piratería política”.
Continúa…