En los años 80, llegamos como médico recién egresado a nuestro pueblo Villanueva (La Guajira) con todas las fuerzas y conocimientos para servir, cumplir con nuestro juramento hipocrático, ya habían pasado en otra generación, en su orden grandes médicos: el Dr. Marceliano Ferreira, Dr. José Antonio Socarrás, Dr. Mario Fuscaldo, Dr. Juan Carlos Orozco Gámez, Dr. Salomón Dámire Calle; Especialistas, como el Dr. Ramón Torres (Cardiólogo), en Urumita el Dr. Luciano Aponte (gastroenterólogo), en El Molino el Dr. Guillermo Zabaleta (anestesiólogo), en San Juan del Cesar la Dra. Paulina Daza (pediatra) entre muchos.
En esa época una innovación de la medicina era, aunque les parezca raro: fue, era o es la camilla, elemento que nos permitía estar al lado del paciente, auscultarlo con un endoscopio, escucharlo, examinarlo, tocarlo; hoy esa práctica está en peligro de extinción. Finalizando el 2024, nos preguntamos: ¿cuál será el futuro de los médicos? ¿Seguirán existiendo dentro de 30 o 50 años? ¿Serán médicos o serán ingenieros? Las nuevas posibilidades tecnológicas están llevando a una revolución y es razonable pensar que el médico del futuro tendrá algo de ingeniero para programar e interpretar.
Lo que se ve venir con la inteligencia artificial (IA) está cambiando las prioridades de la formación y de la práctica médica, un cambio que frecuentemente descuida los aspectos que, de verdad, sigan justificando la existencia del médico; esto nos lleva a relacionarnos con la humanización, la ética, la compasión y la empatía. La humanización en la atención médica se caracteriza por un conjunto de prácticas orientadas a lograr mejor atención y mayor cuidado. El proceso de humanización del quehacer contribuye a que este sea acogido por el otro, a mejorar la relación, la seguridad del paciente y a evitar errores médicos.
¿Terminaremos siendo operados por un robot sin supervisión humana? No es fácil responder esta compleja pregunta. Pero podríamos plantear la duda de si, dentro de cincuenta años, perduraría la figura del médico, así como va a mil la tecnología, no es descabellado pensarlo. El humanismo y la humanización son, o deberían ser, inherentes a la práctica médica, lo refleja bien la anécdota de la camilla, parece ser que es cierta, donde en ese instante también se vivía un momento de grandes avances tecnológicos, nuevas pruebas de imagen (Ecografías) y laboratorio, adelantos científicos que también fueron novedosos en esa época.
El mensaje para las nuevas generaciones de médicos es que la tecnología no debe deshumanizarlos para ejercer como médicos; en los próximos años vamos a tener cada vez más inteligencia artificial, telemedicina, robótica y prótesis biónicas, genética, nanotecnología, todo sin lugar a dudas es muy importante y tiene un gran valor y la manera de ejercer la medicina dentro de cincuenta años será muy distinta a la actual; pero la tecnificación como filosofía, no puede apagar esa luz de la humanización y eso es muy triste.
Mucho de lo que hacemos ahora los médicos con esta tecnología de la que no podemos escapar con estos avances, también pronto serán obsoletos, pero cuando nos enfermemos dentro de, esperamos todos, o los que vivan aun dentro de muchos años, sería bueno encontrar al otro lado una mirada humana, compasiva y empática, eso ninguna tecnología lo puede dar; por eso la formación en humanismo y ética es clave para no dejarse desplazar por la tecnología, la medicina es mucho más que un conjunto de técnicas. Los médicos de hoy necesitan una tecnología, pero de humanización si quieren perdurar en el tiempo. Un conocimiento clínico que, realmente, les permita una medicina de precisión individualizada a las necesidades de cada persona, esté o no enferma.
Los retos que tiene ya la medicina y que tendrá en el futuro son apasionantes, pero necesitamos reorientarnos tanto individual como colectivamente, enfocándonos en una medicina humana personalizada cuyo fin sea preservar la salud física y mental. Para ello es clave desarrollar una atención integral, soportada con recursos adecuados, que permita una asistencia de calidad, solo lo conseguiremos si incorporamos siempre a los pacientes, al ser humano.
Para evitar el fin (final) de la medicina debemos reenfocar la finalidad de la misma, reflexionando sobre cuál es el propósito fundamental de la atención médica. Aliviar el sufrimiento, prolongar la vida y mejorar su calidad son objetivos loables, pero tan importante es curar como acompañar, siempre desde el respeto a la dignidad de la persona enferma intentando potenciar el bienestar integral de los pacientes. Un bienestar físico, mental, social y espiritual, al final somos humanos no máquinas.