En estas fechas, cuando las luces de navidad iluminan las casas, las calles y a punto que resuenen en cada esquina los villancicos, es inevitable reflexionar sobre lo que realmente representa esta festividad en nuestra sociedad. La navidad, a menudo percibida como una época de alegría y reunión, también es un prisma a través del cual se pueden observar distintos aspectos de nuestra vida.
En primer lugar, es sinónimo de familia y seres queridos pues durante estas fechas, las reuniones familiares se convierten en momentos idóneos para fortalecer vínculos. Personalmente, considero que el valor de estas interacciones radica en su capacidad de ofrecer apoyo emocional y comprensión. No obstante, es fundamental recordar que no todos tienen la suerte de disfrutar de este calor familiar, lo que nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la inclusión y la empatía.
Segundo, también es un tiempo de generosidad, donde el acto de dar se vuelve más significativo. Sin embargo, este espíritu altruista a menudo se ve confinado a estas fechas. ¿Por qué no extender esta disposición a ayudar durante todo el año? La solidaridad y el cuidado por los demás son valores que deberíamos fomentar constantemente, más allá de una temporada específica.
Pero, no podemos pasar por alto el consumismo exacerbado que caracteriza esta temporada. Este fenómeno no solo tiene implicaciones económicas, sino también ambientales y sociales. Aunque es comprensible querer obsequiar a nuestros seres queridos, estrenar, viajar; es crucial reflexionar sobre nuestras prácticas de consumo y buscar alternativas más sostenibles y conscientes.
Por otro lado, es un reflejo de nuestras tradiciones y, al mismo tiempo, de cómo estas se adaptan y evolucionan en un mundo cada vez más globalizado. La diversidad en la celebración de estas fiestas es un recordatorio de que, a pesar de nuestras diferencias, compartimos emociones y experiencias humanas universales.
Además, es esencial hablar de la soledad que muchas personas experimentan. Esta realidad, a menudo ignorada, requiere de nuestra atención y comprensión. La sociedad debe buscar formas de integrar y ofrecer compañía a aquellos que se sienten aislados, especialmente en una época donde la unión y la comunidad deberían ser protagonistas.
También, marca el final de un año y el inicio de otro. Esta transición es un momento oportuno para la reflexión personal y colectiva. Mirar hacia atrás para aprender de nuestras experiencias y hacia adelante para planificar un futuro mejor puede convertirse en una práctica común.
Entonces, en esta hermosa época en que me torno nostálgico, he vuelto a leer un hermoso poema de Edna Frigato. Poetisa ella, que nació en Brasil y es reconocida a nivel mundial por la belleza de sus escritos:
“Benditos sean los que llegan a nuestra vida en silencio, con pasos suaves para no despertar nuestros dolores, no despertar nuestros fantasmas, no resucitar nuestros miedos.
Benditos sean esos iluminados que nos llegan como un ángel, como colibrí en una flor, que dan alas a nuestros sueños y que, teniendo la libertad para irse, escogen quedarse a hacer nido. La mayoría de las veces llamamos a estas personas: amigos”.
Por todo lo anterior, entre el 25 y 30 de diciembre, debo hacer un balance de lo que fue el año que termina: cómo me fue, cuántas veces perdoné, cuántas veces abracé, cuántas veces dije personalmente ‘te quiero’, cuántos libros leí y emocionalmente cómo está mi corazón.
Es una obligada y exigente conversación conmigo mismo antes que pasemos al nuevo año. Este balance me dice si gané o perdí el año.
Para concluir, la navidad es mucho más que una simple festividad. Es un momento para celebrar, sí, pero también para reflexionar sobre quiénes somos como individuos y como sociedad. Es una oportunidad para reevaluar nuestros valores, nuestras acciones y el impacto que tenemos en el mundo que nos rodea. Su verdadera magia reside en nuestra capacidad para transformar estos pensamientos en acciones que perduren mucho después de que las luces se apaguen y los villancicos cesen.