El trajín periodístico permitió realizar un recorrido por la última ruta que realizó la mujer que ‘parió’ el Festival de la Leyenda Vallenata, Consuelo Araujonoguera, y la que supo darle el verdadero estatus a la música que nació en los corrales y con el paso del tiempo se proyectó por el mundo.
Precisamente, hace 22 años, Consuelo Inés Araujonoguera, la hija de Santander Araújo Maestre y Blanca Noguera Cotes, no pudo regresar a seguir cumpliendo sus sueños porque al llegar a la zona de ‘La Nevadita’, en las estribaciones de la Sierra Nevada, su vida se la apagaron a la fuerza.
Visitar ese lugar nunca estuvo entre sus planes porque cuando salió de Valledupar la mañana del lunes 24 de septiembre de 2001, simplemente quería rezarle a la Virgen de Las Mercedes, patrona del corregimiento de Patillal, municipio de Valledupar. Esa era su mayor intención de ir al pueblo que siempre estuvo pegado a su corazón.
‘La Cacica’ iba ataviada con un conjunto color mandarina que tenía una costura con hilo azul oscuro, estilo safari; un collar guajiro, zapatos bajitos y llegó justo a la misa mayor de 10 de la mañana. Enseguida se sentó en la nave izquierda de la iglesia y durante la eucaristía el sacerdote Enrique Luis Iceda habló de las bienaventuranzas y ella anotaba en una libreta.
Concluida la misa partió a comer en la casa de Eloisa “Icha” Daza de Molina, quien le sirvió arepa e’ queso, chicharrón y café con leche. Palmina Daza de Dangond, una de las presentes, relató esos instantes. “Consuelo llegó y enseguida le dijo a la dueña de la casa que le sirviera porque estaba muerta del hambre. Le sirvieron, y entre broma y broma terminó de comer. Después salió a la casa de al lado, de su amigo Gustavo Molina, sentándose debajo de la sombra de unos palos de caucho y entabló conversación con varias personas que le hicieron algunas peticiones”.
Entre las solicitudes estaba escribir el prólogo de un libro de poesías de la autoría de Tatiana Hinojosa Gutiérrez y Fernando Daza, titulado ‘Columbario de sueños’, donar acordeones y crear una escuela de música, la ampliación de la iglesia e impulsar el Festival Tierra de Compositores, certamen folclórico orgullo de los patillaleros.
Ella se comprometió con todo, sin saber que el tiempo no le alcanzaría porque esas sonrisas de satisfacción y de esperanza fueron las últimas que esbozó porque tenía los días contados sobre la tierra.
Casi al final de la tertulia llegó Rafael Enrique Daza, conocido como ‘Chicho Mono’, quien le regaló una mochila hecha de bolsas plásticas. A ella le gustó tanto que guardó su tradicional mochila arhuaca que la identificó. Entonces, dijo que esa sería su compañera, donde guardaría sus más preciadas pertenencias.
Al pasar un largo rato de diálogo se despidió, saliendo hacia Valledupar, pero a los pocos minutos se encontró con un retén de las Farc. Ella pensó que era el Ejército Nacional y se identificó. Desde ese momento en el sitio conocido como ‘La Vega.
Arriba’, comenzó su calvario.
Seguidamente, fue internada con varios acompañantes por una trocha empedrada ancha y después angosta, para luego seguir por unos caminos cerrados que se perdían en medio de la inhóspita geografía. En ese largo recorrido se apreciaba la dificultad para subir y el padecimiento que sufrieron las personas secuestradas.
El recorrido, tiempo después
Ascender varios años después por la serranía era difícil, se sentía frío, pero de repente apareció un hombre de unos 40 años arreando dos chivos, a quien se le puso en contexto y surgió la pregunta del lugar donde murió ‘La Cacica’ y de inmediato contestó. “Eso todavía está lejos, a más de dos horas”. Cuando se le indagó sobre si conocía sobre el hecho del secuestro y demás lo negó, pero dio una alternativa que más adelante alguien conocía la historia. Lo dijo con pelos y señales.
En ese momento, el periodista y el reportero gráfico Édgar de la Hoz, desistieron del intento de llegar a ‘La Nevadita’ y elevaron una plegaria por el eterno descanso de la mujer que luchó hasta el cansancio por darle gloria y honra a la música vallenata y por ser una de las más grandes líderes culturales del país.
Entonces la idea era encontrar a la persona que sabía algo del hecho. Después de la identificación se encontró la respuesta. “Esa señora pasó por aquí y no demoró mucho. Se notaba débil, nos sonrió y siguió montaña arriba”. Comentó que iban con ella como 10 personas.
Después el campesino apuntó. “Cuando la señora iba a continuar el camino, se tropezó con una piedra y se cayó. Se golpeó en una de las rodillas y botaba sangre. La señora secuestrada se veía mal, y ya casi no podía caminar. No la ví más, hasta que supe a los pocos días que había muerto allá arriba”. Más adelante, le llegó un nuevo recuerdo. “Ella, no llevaba zapatos, los pies los tenía cubiertos con hojas de plátano que para ella debió ser terrible”.
Ya de regreso, resonaron las palabras de Luz, una mujer que vive entre la carretera que de Valledupar conduce a Patillal y viceversa, exactamente en el lugar donde iniciaron los cinco días del viacrucis con la ‘pesca milagrosa’, de moda en aquella época.
“Eso fue horrible, algo nunca visto por acá. Nadie pensó en un secuestro masivo. Eso fue como a las tres y media de la tarde y lo hicieron unos hombres que llegaron cinco horas antes. Nadie notó que eran guerrilleros, como se supo después por las noticias. Cuando vimos fue que paraban los carros, entre ellos, donde venía la señora Consuelo. Los subieron por la trocha y se esperaba que todo terminara bien, pero ella regresó muerta”.
Cerca de la eternidad
La llegada al cielo la tuvo cerca Consuelo Araujonoguera porque ‘La Nevadita’ es un paraje ubicado a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, donde la naturaleza domina todo el panorama. Además, con el paso de los días del secuestro, ella iba encomendándose a Dios y escribió varias notas, entre ellas una plegaria: “Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros que somos pecadores”.
En las últimas horas que le quedaban de vida, contó su compañera de cautiverio Luz Estela Molina Mejía, que se la pasaba mirando al cielo y rezando con un rosario que sujetaba en sus manos. “Me decía que me encomendara a Dios para que ese momento terrible pasara pronto. Ella ya no podía caminar porque estaba muy débil, y la llevaban en una hamaca”.
Con la tristeza fija en el recuerdo continuó narrando. “Esa noche, nos dijeron que teníamos que partir. Ella me agarraba y no me soltaba. Entonces, un guerrillero la separó de mí. Ella volteaba la cabeza y me miraba como llamándome, hasta que en una curva la perdí de vista. Cuando la volví a ver fue en un féretro”.
El momento de su partida hacia la eternidad lo había precisado cinco años antes, cuando en una entrevista al responder sobre la muerte, de su puño y letra escribió su epitafio. “Aquí yace Consuelo Araujonoguera, de pie como vivió su vida”. En ese momento también entregó una orden sobre su sepelio: “Quiero que me sepulten vestida de pilonera y me canten el amor, amor sin tanta arandela”. Cuando entregó esa declaración, recalcó que sería cuando estuviera anciana. “De 80 años en adelante”. Murió a los 61 años, el sábado 29 de septiembre de 2001.
Desde su muerte, hace 22 años, muchos han sido los que través de sus letras y cantos le han rendido un homenaje a Consuelo Araujonoguera, entre ellos el periodista y escritor Juan Gossaín. “Consuelo es irrepetible. A ella, como dicen los campesinos de mi tierra, la parieron y después rompieron el molde”.