El colonialismo y señorío español dejó huellas profundas y negativas en estas tierras: ellos establecieron la esclavitud de los negros africanos y de los nativos, mediante comercios ilícitos.
La trata de personas, como actividad económica, era un negocio lucrativo, que ejercieron comprando y vendiendo esclavos. Después de muchos años, de esclavitud en América, esa huella no ha sido borrada. El gen esclavista, que llevamos en la sangre, está incrustado en nuestro ADN originario. Sobre todo, en Colombia, donde se piden libertades, igualdad y respeto, pero son derechos que no se cumplen.
La esclavitud tiene raíces antiguas en la historia de la humanidad, registrada en; la trata de seres humanos, servidumbre por deudas o favores y otros, como el trabajo doméstico (laborar por comida). Aunque algunos consideran que es “cosa del pasado”, cuando seres humanos, bajo condiciones humillantes, servían a unos inescrupulosos. Sin embargo, y es bueno recordarlo, hoy existe la llamada “esclavitud moderna”, donde la persona es obligada, sin que pueda negarse a ejercerla, por amenazas o abuso de poder, sigue vulnerando los derechos humanos: es una variante de la antigua esclavitud.
Obviamente que, esa esclavitud moderna nos afecta a todos. Aunque no seamos las víctimas, estaremos afectados. De acuerdo a un informe de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, las estimaciones mundiales, sobre esclavitud moderna, son cincuenta millones de personas viviendo esa situación: la mayoría de los casos está en el trabajo forzoso, en el sector privado. Sin embargo, lo más importante es el recorrido de la esclavitud, su efecto económico y político. Como lo describe el historiador Pedraic X. Scanlan: “El comercio construyó el imperio; la esclavitud hizo el comercio”.
A pesar de lo dicho, es preocupante que uno de los valores por los que se lucha sea la igualdad pero, la verdad sea dicha, desconocemos su significado. Lo cierto es que este concepto es complejo, como lo ha señalado Francisco J. Laporta: “la idea de igualdad es uno de los parámetros fundamentales del pensamiento social, jurídico, económico y político de nuestro tiempo”. Sin embargo, es contradictorio que personas que dicen estar a favor de la igualdad, se oponen a que los demás la ejerzan libremente. Es como si sufrieran el “Síndrome de Stephen”.
Stephen Candie era un esclavo negro que permaneció, después de promulgada la ley de abolición de la esclavitud, defendiendo los privilegios del patrón, sintiéndose perteneciente a un estrato social superior y creyendo ser reconocido por otra elite. Muchos colombianos, a pesar de los procesos libertarios y abolición de la esclavitud, mediante la ley del 21 de mayo de 1851, firmada por el presidente José Hilario López, algunos siguen apegados a sus “amos”, ya sea para reverenciarlos o por servilismo, o buscando hacerse visibles ante los que ostentan privilegios políticos o económicos.
Existe una diferencia marcada entre el político y el elector. El primero es y será siempre el señalado con el dedo de la ignominia; sus intereses económicos y ambiciones personales lo califican así. En cambio, el elector es como aquel que describe Confucio magistralmente; “cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”. Cuando no queremos ver ni entender, dejamos los casos importantes a un lado, para centrarnos en nimiedades. Facundo Cabral decía: “ningún político merece que lo defiendas, con uñas y dientes, no eres su amigo, no te conoce”.
Estamos en una encrucijada, que nos pertenece a todos y no somos culpables, por ese motivo no juzgamos ni condenamos a las personas, ni apoyemos causas; apoyemos ideas. Con el respeto que merece toda comunidad, que tiene un principio de organización y convicciones sociales que nos limitan, pero también nos señalan las pautas para escoger a nuestros líderes y a quienes pueden tomar el mando de nuestras comunidades y ser nuestros representantes. Pensemos, reflexionemos, no sigamos la corriente de los demás y dejemos ser ese Stephen invisible.