El impacto medioambiental de los grandes proyectos de construcción y desarrollo, como represas, desvíos de ríos, minería a gran escala, aeropuertos, Metros y construcción de vías, es un tema sumamente preocupante. Consecuentemente, me parece crucial destacar que, además de los factores tradicionales de contaminación como la tala de árboles, la extracción de petróleo, los desechos en la tierra y los océanos, la agricultura y ganadería intensivas, y las emisiones de CO2, estos proyectos suponen una amenaza igualmente significativa para nuestro planeta.
Por un lado, es cierto que todos estos proyectos suelen contar con estudios de evaluación de impacto ambiental, cuyo objetivo es mitigar lo más posible el daño. Sin embargo, en mi punto de vista, estas evaluaciones a menudo subestiman el daño real o se ven suprimidas por intereses comerciales y políticos. Por ende, a pesar de los esfuerzos de los ambientalistas y de las cadenas humanas alrededor de los árboles, los proyectos siguen adelante. La razón, a mi juicio, es que la mayoría de las veces son pequeñas ONGs o individuos los que se enfrentan a grandes multinacionales, gobiernos o poderosos empresarios.
Entre muchos, la construcción de la carretera entre Cienega en el Magdalena y Barranquilla en el Atlántico, que comenzó en 1956 y culminó en 1960, es un claro ejemplo de cómo los proyectos de desarrollo mal gestionados pueden tener consecuencias devastadoras para el medio ambiente. Según datos de Corpamag, la construcción de esta condujo al bloqueo de varias entradas de agua salada que se mezclaban con aguas de caños afluentes del río Magdalena, que daban lugar en la parte alta de la Ciénaga Grande de Santa Marta a una preciosa y vital zona de mangles.
Es indiscutible que este bloqueo de aguas generó una pérdida significativa de bosques de manglar de aproximadamente 285.7 kilómetros cuadrados, además de provocar la mortandad de numerosos peces, alcatraces, caimanes y tortugas debido a la alta salinidad que se registró en las aguas. Y, la perturbación de la fauna local, como se puede ver hoy con los animales aplastados en la vía, víctimas de los vehículos antes de poder cruzar al otro lado del bosque.
En suma, es imprescindible recordar que la construcción de esta carretera ha sido catalogada como una de las obras que mayor daño ambiental ha generado al planeta, hasta el punto de que la ONU se ha pronunciado sobre su impacto. Así las cosas, esta carretera que -para bajar costos y hacer viable el proyecto- se hizo con un sistema de relleno de piedra, balastro, arena y cemento; se pudo haber hecho con puentes y viaductos mitigando verdaderamente el inmenso daño ambiental. Mientras tanto, hoy que se planea la otra vía para que esta quede como doble calzada, se tomen las medidas y no se vuelva a hacer esta acción destructora con el cuento de la viabilidad y que se hace el proyecto sí o sí, así el estudio del impacto ambiental arroje que no se puede hacer.
Por otra parte, en Medellín hay un proyecto muy avanzado para construir un Metro ligero en la Avenida 80, en este se puede apreciar, en mi opinión, una falta de consideración hacia la naturaleza y el entorno existente. En lugar de optar por un diseño elevado que minimice el impacto sobre el suelo y la vida silvestre, se ha decidido hacer una infraestructura pegada a la tierra. Esta decisión, desde mi punto de vista, muestra una falta de compromiso con la sostenibilidad y la protección del medio ambiente.
Es aún más desalentador, a mi juicio, el hecho de que el proyecto haya identificado un bosque lineal con 8.909 árboles a lo largo de este corredor y, sin embargo, la mayoría se va a talar. Para mí, en una ciudad donde se muere gente que nunca ha fumado por enfermedades de los pulmones, el valor de estos árboles y la biodiversidad que albergan es incalculable.
Que no se nos olvide a los seres humanos que estamos muy cerca del apague y vámonos. Incluidos los ambientalistas y los que gerencian, formulan y desarrollan grandes proyectos. En estos no todo se vale.