Nuestro pueblo sanjuanero ha sido una comunidad con una alta cultura espiritual.
Cultura que data desde tiempos muy memorables que se remontan al siglo vivido por monseñor Manuel Antonio Dávila, su pastor del amor por excelencia.
Pese a que Rafael Escalona hizo célebre la lengua sanjuanera, como una cosa mala, destacó en su obra musical que San Juan estaba reconocido como un pueblo bueno, al que nada le hacía falta en ese entonces.
Hoy sigue siendo San Juan ese pueblo apegado al respeto divino y a las sanas costumbres que necesita seguir progresando.
Allí a orillas del río Cesar, bañado por ese hermoso valle, en el pie de monte de la Sierra Nevada de Santa Marta, se yergue este pueblo con cincuenta mil habitantes que conviven en armonía con trece mil ochocientos migrantes venezolanos que llegaron en busca de nuevos horizontes durante la crisis migratoria del hermano país bolivariano de Venezuela.
Un pueblo que también vivió en carne propia los rigores del conflicto armado que dejó más de quince mil victimas que hoy sobreviven con dignidad y que ayer vieron manchar su suelo con sangre inocente hasta poner los muertos y que hoy esperan la reivindicación del Estado colombiano.
Ese pueblo con mucho liderazgo natural en hombres y mujeres que a punta de esfuerzos le han sido útil a esta sociedad, a la familia y a la patria en los escenarios de gobierno y de poder. Un pueblo que ha enaltecido la cultura colombiana y el folclor aportando como cuna incomparable el natalicio de más de cien compositores al país que han traspasado fronteras con sus obras y su arte musical, hasta convertirse en la carta de presentación del talento sanjuanero.
San Juan del Cesar, es ese municipio con una cultura rural todavía, procedente de la más alta pureza del campo. Tierra de campesinos y labradores, porquerizas, trapiches, hatos de ganado y extensos algodonales.
Disperso en su vasta y extensa territorialidad rural, donde tienen asentamiento diez corregimientos, quince centros poblados y diecinueve veredas.
Aquí donde la Luna y el Sol brillan para todos y aprendimos de nuestros abuelos a vivir como hermanos, arropándonos con la misma cobija, compartiendo el mismo techo y la misma agua para beber y viviendo bajo el mismo cielo.
Un pueblo donde todos nos conocemos y sabemos de qué estamos hecho porque la mayoría hemos construido la estatura a pulso y a punta de sacrificios intentando llegar a la cumbre del éxito. Un pueblo solidario en la alegría y el dolor, porque hemos comprendido que esa es la esencia de la vida.
Porque un sanjuanero se ha distinguido porque ríe las risas de sus amigos, pero también llora las lágrimas de sus muertos también.
Por eso, la famosa costumbre sanjuanera de entregar el corazón. De ahí la majestuosidad de los sepelios por todos estos tiempos de luto y de duelo de gente buena e inolvidable que se han marchado sin despedirse a la eternidad causando duelo municipal en el pueblo.
Porque en San Juan se considera un pésame no solo como un ritual, sino como una manifestación solidaria de amistad y aprecio con los vivos y los muertos.
Pero qué bueno sería que todos los sanjuaneros de bien, pensantes y con masa crítica y liderazgo, se sentaran a hacer patria. Se unieran en un solo haz de voluntades y propósitos y tomaran el volante del municipio para llevarlo a puerto seguro.
Ahora más que nunca que hay una juventud que viene reclamando sus espacios de oportunidades y participación.
Ahora que vivimos en una sociedad de consumo y antivalores, donde a lo bueno se le dice malo y viceversa. Pienso que hoy, más que nunca, nuestro pueblo requiere de sus mejores hijos y sus mejores hombres.
Apartarse del egoísmo y la ambición desmedida por el poder y el dinero, nos llevaría a rescatar el rumbo y a edificar sobre lo construido hasta cimentar las bases de un pueblo con historia y con pasado.
Este pueblo de víctimas, de la niñez y la juventud, con mucha pertenencia étnica de afrocolombianos e indígenas, de migrantes, compositores, reinas, emprendedores, contribuyentes, dirigentes y del ciudadano secular y de a pie.
Hay que ponerse la bandera y la banda municipal de San Juan y pensar más en las próximas generaciones y la posteridad, que solo en los intereses particulares.
Estamos en la hora de generar júbilo y contento en busca de esa gloria inmarcesible que siempre se nos escurre como agua entre las manos.