Colombia, nuestra patria querida, es un país con un modelo de desarrollo económico neoliberal que busca mediante la inversión de capital privado fomentar el crecimiento y el desarrollo social y económico del país. Este modelo lo ha llevado a ser un país emergente, es decir, que, de una economía de bajos ingresos, es candidato a convertirse en un país desarrollado.
Entre sus principales características están el libre mercado, la reducción del gasto público, la privatización y la no regulación económica. Los efectos y las consecuencias sociales de este modelo, además, de impulsar un creciente autoritarismo para gobernar, según algunas corrientes de opinión, genera un aumento exponencial de la violencia e inseguridad de nuestra población y sus territorios.
Ahora, después de más de veinte años del establecimiento en Colombia de este modelo, muchos consideran que es un modelo que entró en franca decadencia y es un imperativo plantear nuevas alternativas que retomen el bienestar social como única finalidad legítima de todo orden estatal.
El pueblo muestra su cansancio frente a los excesos del poder, la violencia, la inseguridad, el desempleo, la pobreza y la corrupción, lo cual hace que casi al unísono, todos reclaman un nuevo modelo de desarrollo y un nuevo propósito nacional que ponga a la gente por encima de todo interés superior.
Lo anterior, demanda unas reformas estructurales al Estado, el diseño de un nuevo país, en todas las dimensiones de su desarrollo, en lo político-institucional, lo social, lo económico, lo ambiental, lo tecnológico y el eje poblacional, para avanzar por el camino correcto donde quepa toda la población con sus diferencias y sus coincidencias.
Pero también es cierto que en un cuatrienio de gobierno no se logran hacer esas reformas tan estructurales y profundas, sino solamente sentar las bases para lograrlo, con un plan maestro de desarrollo nacional. Ese en mi criterio, es el escenario que le espera al país, en estos momentos tan marcados por la polarización de la opinión nacional, donde cada quien, desde su perspectiva, le apuesta a que se mejore la calidad de vida de los colombianos y tengamos mejores índices de desarrollo humano.
Llegue quien llegue al Palacio de Nariño, las reformas son inminentes e imperativas, sin importar el extremo ideológico de donde provenga. Surgirán, indudablemente, nuevas alternativas para volverlas comparables con el modelo neoliberal, mientras que otras propuestas arrasarán con ese modelo para implementar uno nuevo y desarrollar una nueva propuesta programática. Pero lo cierto es que aquí no se trata de imponer un modelo ideológico sino un modelo de desarrollo con resultados efectivos, imprimiéndole acción a las ideas y haciendo que las cosas ocurran, porque el país ya no le da ñapa a la espera.
Aprovechar lo biodiverso, lo multicultural, lo pluriétnico, lo regional, lo caribeño y lo exótico, debe ser una aventura administrativa fascinante. Salir de la fría capital a gobernar desde las regiones caminando detrás de los colombianos de a pie, otra sensacional experiencia. Además, de seguir siendo ciudadano pese al modelo presidencialista del país, saliendo a las calles, tomando el bus, el Transmilenio y el mototaxi, permitiría una visión diferente del gobierno. Es decir, el nuevo modelo de desarrollo debe romper aquellos viejos patrones y paradigmas de comportamiento también y salir a desarrollar políticas públicas y a hacer ciudadanía.
Hay que desarrollar cosas extraordinarias y salirse del convencionalismo y la rutina para imprimirle humanismo, afecto y calor a la gestión de gobierno con protagonistas de carne y hueso y no mimetizados.
Colombia tiene que volver a creer y a recuperar la fe y la confianza en sus gobernantes y esto se logra con mandatarios que den la cara y salgan a ponerle el pecho a la brisa desde el territorio. Si el nuevo modelo de desarrollo construye ciudadanía y cultura ciudadana, a futuro no habrá mejor gobernante que unos buenos ciudadanos y unos buenos contribuyentes, con sentido de pertenencia y defensores de los bienes de uso público y de sus protagonistas.
Se avecinan mejores tiempos para el país, debemos declararlo con nuestros labios, Colombia es nuestra patria incomparable, el mejor vividero de Latinoamérica, con sus ventajas comparativas y competitivas que lo hacen único y peculiar. Un país con enormes riquezas en el subsuelo y la plataforma continental, lo mismo que, en la naturaleza y el ambiente, en sus ecosistemas montañosos, en sus reservas forestales protectoras, en sus zonas de extensión campesina y agropecuaria y en sus rondas hídricas, que lo convierten en el más rico patrimonio ecológico y natural.