Existen personas entrañables en nuestras vidas y los profesores lo son. Se están muriendo nuestros maestros y es triste, arruga el alma y produce pesar no poder acompañarlos en la despedida paraofrecerlea su familia una voz de consuelo, un abrazo, sobre todo cuando los quenos abandonande este mundo terrenal más que profesores fueron nuestros amigos. Por la distancia o por el covid estamos limitados para asistir a estos actos de piedad.
Algunos de mis profesores, todos muy queridos para mis afectos, no los volví a ver hasta el día de hoy nunca más, pero siempre los recuerdo con cariño y la gratitud que guarda mi corazón hacia ellos, gracias a su paciencia y enseñanzas que contribuyeron a mi formación académica sembrando el conocimiento. Esa semilla ha seguido cultivando en el infinito horizonte del saber que es aprender toda la vida con el estudio continuado que exige mi profesión.
Pero la misión noble del educador trasciende más allá del salón de clase, se proyecta en la vida personal de cada estudiante en lo personal, profesional, familiar, laboral o cualquier ámbito donde actuamos, porque al final somos el producto de sus enseñanzas que también nos sirven de guía paratrasegar por la vida, y hasta emular al profesor que admiramos queremoso tenerlo como referente o modelo, porque nos motivó a dar un poco más o nos inspirópara ser como él.
Enterarme de la muerte reciente de mis queridos profesores Olmedo Panza y Pedro Gutiérrez, me produce nostalgia y alegría. Lo primero al recordar la época en que fui estudiante de ambos en el Liceo Montería, los momentos vividos en esa primera relación estudiante-profesor; y alegría por la amistad surgida como con el profesor Panza, al que me lo encontraba en Puerto Escondidodonde visitaba con frecuencia a un cuñado suyo, amigo mío; coincidíamos en la casa de este, allí jugábamos un cuarto de domino y nos tomábamos unas frías, hoy ninguno de los dos está. Al profe Pedro lo recuerdo como un hombre sencillo, jovial, «buena papa «como le decíamos al profesor paternal, gran nobleza, y de quien conservo grato recuerdo por su calidad humana.
Anteriormente partieron a la dimensión de la eternidad, el profesor Oviedo y el profesor Pelayo, el primero llamado cariñosamente “el chololo” nos sacaba “la leche” en educación física, pero era un bacán, con él construí una amistad a partir de un día que por casualidad llegue a su casa, sin saberlo, a visitar a una amiga que vivía pensionada en su casa; al profesor Pelayo lo recuerdo como el gran inspirador de mi gusto por la poesía, tenía un estilo muy particular para declamar que me gustaba, cada día del idioma el profe Pelayome deleitaba oyéndole declamar un bello poema.
Aún se conservan vivos otros profesores muy queridos, entre quienes recuerdo a la seño Marta Melo mi profe de español y literatura, de ella aprendí el gusto por las letras y a hablar y escribir bien, fundamental para mi ejercicio profesional en el derecho y el oficio alterno de columnista de opinión. Aunque hace tiempo no la veo, sé que está bien y espero poder expresarle personalmente mi gratitud.
La muerte de nuestros profesores nos hace caer en cuenta que siendo ellos mayores que nosotros un poco más de una década, ese es el tiempo aproximado que nos resta por vivir a sus alumnos. Finalmente será la muerte la que nos los borre definitivamente de nuestra memoria.
Cada uno dejó su impronta educativa en nosotros que tuvimos el privilegio de ser sus discípulos. Algunos no están, otros viven y para ellos pido salud y vida; y una oración para los que ya partieron al encuentro con el señor pero se quedaron presentes en nuestras vidas.