Con nostalgia para algunos colombianos y alegría para otros empecinados en mantener conflictos armados internos sin sentido justificable diferente de los intereses de quienes provocan los enfrentamientos bélicos, con el fin de lucrarse en un negocio sangriento e inhumano como las guerras, que en nada afecta a los gestores, insinuadores, ni a su familia, porque la sacan del país en protección de vida e integridad personal, exponiendo como carne de cañón un alto número de jóvenes provenientes de la clase pobre, como si estos no tuvieran el derecho a vivir en paz, sino morir en combates para luego glorificarlos como héroes de la patria, sacrificados y destrozados como consecuencia de la irracionalidad en los enfrentamientos, motivados por odios y caprichos de los actores que no toman los fusiles para combatir, sino que ordenan y esperan resultados de conveniencia.
En Colombia sobrepasó el medio siglo de guerras, y cuando creíamos lograr la paz de manera paulatina y gradual nos sorprende la barbarie ejecutada por el ELN en la Escuela General Santander de la Policía Nacional en Bogotá, repudiada y cuestionada por todo el mundo, cuando se suponía un tránsito de diálogo directo con la finalidad de consolidar la paz. Equivocadamente la guerrilla incurrió en un grave error al utilizar vehículo bomba contra instituciones y personas desprotegidas, víctimas del atentado criminal de lesa humanidad. En la atribución de autoría intelectual y material de la tragedia en la Escuela General Santander la consideran lícita, rayando en cinismo e incrementando el descontento y rechazo popular.
El ELN pierde una valiosa oportunidad de reintegro a la vida social, prefiriendo continuar con los secuestros, narcotráfico, minería ilegal y contrabando de combustible y ganado vacuno en los territorios fronterizos avalados por el presidente de Venezuela Nicolás Maduro.
A quienes les encantan las guerras para explotarla en beneficio propio, fueron aquellos que anunciaron que iban a hacer trizas los acuerdos de La Habana, suscritos en el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, desechado y desconocidos por este Gobierno de Iván Duque, como si ellos participaran en los campos de batalla o vivieran en carne propia la crueldad de la guerra. En bien o en mal, es de destacar las intenciones del los miembros de las Farc, que depusieron las armas contra viento y marea, sobrellevan circunstancias negativas, adversas e incumplimiento de acuerdos pactados, en aras de mantener los compromisos de paz que prevalecen sobre cualquier interés particular que se persiga.
No todo los miembros de las Farc comulgan en la misma dirección, por cuanto algunos continuaron con el negocio de la coca, protegido con las armas que no entregaron, en selvas y colinas, otros se arrepienten de haberse desarmado porque con las armas intimidan y matan a los adversarios y contradictores, pero la gran mayoría se ha ido adaptando a la nueva vida, conformando familias, laborando en proyectos y programas agrícolas y de servicios, correlacionándose con sus semejantes.
Las amenazas y asesinatos de fuerzas oscuras de ambas tendencias, izquierda y derecha, se dedican relativamente a matar las líderes sociales, ambientales y defensores de derechos humanos para generar conmoción pública, con el ánimo de desestabilizar el orden público y el estado social de derecho, implementando el terror y el miedo, horrorizando con el accionar violento para genera confusiones, pánico, amedrentando y persiguiendo sin compasiones, destruyendo bienes de uso público y privado, contaminando las aguas, aire y tierra.
Exhortar al diálogo entre quienes se aferran a las armas y operaciones bélicas, resulta desierto por las condiciones radicales, temerarias y sectarias que caracterizan a las partes en conflicto para imponer dictadura o una paz bajo su dominio.