Ser vivo, en la exacta y virtuosa traducción de sus vocablos, es tener vida y tener la oportunidad de gozar de lo que Dios nos ha dado. Pero “ser vivo” en la exacta defección de sus vocablos es usurpar derechos, o cometer delitos o en general, faltarle a la convivencia y a esa oportunidad que Dios nos ha dado de dar un buen ejemplo y de cumplir con el segundo mandamiento de la fe cristiana de “amarás al prójimo como a ti mismo” y al sexto “no cometerás actos impuros”.
A muchos le podrá parecer muy evangelizador el encabezado de esta columna. He decidido combinar la biología con la religión para referirme claramente a un comportamiento social que desafortunadamente muchas personas al cometer la acción o si otro la comete se vanaglorian o se jactan de haberlo hecho. Me estoy refiriendo es a la excluyente conducta de “ser vivo”, o sea actuar con astucia y poca inteligencia, y sin ningún escrúpulo para sacar ventaja, obtener beneficios o apropiarse de los derechos o libertades de los demás.
Hoy a ese comportamiento le hemos dado diferentes nombres como “dar papaya”, “el vivo vive del bobo” y en mala hora se ha arraigado en nuestra cultura comportamental y de convivencia.
“Ser vivo” lo vemos a diario y lo vivimos a diario. Muchos justifican “la viveza” acudiendo a que es fomentada por el Estado, a que es un mecanismo de defensa; creemos que al cometerla es un “por salir adelante o triunfar”. Cuan equivocados estamos y lo peor es cuando esto se convierte en ejemplo o incluso se les enseña o se les muestra a los hijos o sobrinos o a las demás personas, para que imiten o aprendan. Hay padres de familia que ponen de ejemplo a otros niños porque “son vivos” al sacar ventaja hasta en los juegos infantiles, atropellando las buenas costumbres y agrediendo la confianza que le depositan sus compañeritos.
Muchas son las situaciones que representan “actos de viveza” en el diario vivir como, por ejemplo, “colarse en una cola” así se haya llegado tarde, y si no se cuela, se le acerca al primero de la fila y le solicita que le pague o que le compre sin tener en cuenta que los que están atrás tienen la necesidad de desocuparse también.
Pasarse un semáforo con niños abordo; además del peligro que representa esa acción, se la comentan alegremente y creen que están haciendo una buena obra en la formación ética y conductual del niño.
Cuando quien le entrega unos vueltos después de pagar se equivoca y le encima así sea unos centavos demás, quedarse callado es el éxito de la operación y apoderarse de ese adicional es el trofeo. Y ni se diga si es en un banco cuando la suma es mayor que sin pensar que ese cajero tendrá que reponer ese dinero por un error que ha cometido, la expresión “del vivo” es “quien lo manda a ser tan pendejo o despistado”.
Y si es funcionario público, “cobrar peaje para cumplir con su deber, es un acto valeroso”. En nuestro departamento por tantas fallas en los servicios sociales y comunitarios es una costumbre tomar medidas de hecho como por ejemplo cerrar una carretera. Cuando esto sucede, sin querer censurar la protesta, como se forman filas largas de vehículo, es “un vivo” el conductor que irrespetando a los demás se va acomodando irresponsablemente por delante o al lado sin importarle la ofensa que comete con la obstrucción que hace y el agravamiento de la situación.
Como sabemos, es común los juegos tipo naipes, dominó y otros en nuestros pueblos. Aquí es “respetado” fulano de tal porque “es vivo”, o sea porque tiene el fino arte de engañar y traicionar a sus compañeros que generalmente muchos lo hacen por divertirse o apostar, pero esperando que sus compañeros de juego sean honestos y jueguen sin ventajismos, “sin vivezas”.
Entonces, no es un buen ejemplo ese mal hábito de “ser vivo”. Una de las causas de tanta intolerancia e insolidaridad es precisamente cuando nos forjamos en un ambiente “del que tiene más saliva traga más harina” como virtud para sobrevivir, y nos apartamos de las buenas costumbres y despreciamos las oportunidades de actuar con libertad, o sea, respetando los derechos de los demás para que ellos respeten los nuestros.