El 23 de enero de 2019 en la clínica la Milagrosa de Santa Marta falleció el presbítero Manuel Celedón Suárez. Fue el tercer sacerdote originario de Villanueva (Guajira). El primero fue Silvestre Daza (1930), y el segundo, Augusto José Ovalle Quintero (1937 – 2008).
Se puede decir que desde siempre fue llamado a ser consagrado al servicio de Dios y la comunidad. Desde muy pequeño se inclinó por las celebraciones religiosas. Su vocación de servicio la inició como acólito del capuchino José de Sueca en la parroquia Santo Tomás de Villanueva. A partir de 1958 cursó su bachillerato en el seminario menor San José de Santa Marta. Aprobó los tres años de filosofía en el seminario Juan XXIII de Barranquilla y los cuatro años de teología en la universidad San Buenaventura de Bogotá. Es ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1973 en el Banco (Magdalena) por el obispo Javier Naranjo de la Diócesis de Santa Marta.
Fue párroco de la mayoría de los municipios del río en el bajo Magdalena: Plato, Tenerife, Chibolo, Salamina, el Piñón, Santana. En ellos inició su labor de docencia en los colegios oficiales de esos pueblos como parte de su comprometido apostolado.
En 1985 fue llamado por el obispo a dirigir la parroquia de Bastidas en Santa Marta. Se vincula a la pastoral penitenciaria en la cárcel Rodrigo de Bastidas y la capellanía de Liceo Celedón a trabajar con jóvenes de los estratos más bajos de la capital de Magdalena.
En 1987, monseñor Hugo Puccini lo llama para fundar partiendo de cero lo que hoy es la parroquia del Espíritu Santo en lo que corresponde a la ciudadela 29 de Julio donde permaneció por 22 años. Construye una comunidad católica con una significativa influencia del movimiento carismático.
El padre Manuel hace tránsito en el 2010 por la parroquia de la Sagrada Familia y fiel a su vocación misionera funda el centro de evangelización Santa Cruz de la nueva Santa Marta, y hasta su muerte, edifica una comunidad eclesial en un proceso inicial de humanización y luego de cristianización.
En todas las parroquias por donde estuvo siempre demostró su profunda vocación mariana creando legiones de María. Fue colaborador permanente de la Casa samaria de la Misericordia, sirviendo a través de uno de los sacramentos con el cual se identificaba más: El perdón y la reconciliación. Fue un adelantado de su tiempo con la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición para alcanzar la paz. En estos últimos tiempos de tribulaciones era muy solicitado para las asesorías espirituales con un cierto don de clarividencia.
Si tuviéramos que recapitular la vida y obra del padre Manuel concluiríamos: fue coherente con su ejercicio ministerial. Y lo fue por las consistencias entre sus profundas convicciones religiosas, lo que predicaba con la palabra encarnada y sus acciones para dar testimonio con su vida comprometida de servicio a la comunidad.
Pero también lo fueron el cumplimiento estricto de los tres votos al momento de su ordenación: pobreza, obediencia y castidad.
Con relación a los bienes materiales nunca le importó atesorar de lo terrenal. Fue generoso, solidario y compartió las afugías de los más necesitados. Nunca le preocupó su vejez en una diócesis con las peores condiciones de seguridad social de sus religiosos. Murió en pobreza.
A pesar de las injusticias de los obispos, con excepción de monseñor Luis Adriano Piedrahíta recién muerto y de algunos compañeros de presbiterio, nunca se reveló contra la autoridad de la jerarquía de la iglesia católica. Siempre acató nombramiento y órdenes superiores.
Honró con su comportamiento el voto del celibato voluntario que hizo el día de su consagración sacerdotal. Después de una sufrida enfermedad que la asumió como Cristo su pasión falleció con las botas puestas al servicio de Dios en la comunidad de Santa Cruz ya convertida en parroquia trabajando hasta el último instante de su existencia.
Guardemos su legado siguiendo su ejemplo y pidámosle en su segundo aniversario de partida que interceda ante Dios para superar esta tragedia sanitaria que nos afecta a todos.