Después de capitular en 1524 con la Corte la conquista y población de la Gobernación de Santa Marta, que cubría el litoral Caribe, dominado por los españoles, y las tierras del interior, aún no conquistadas, Rodrigo de Bastidas procede a fundar la primera ciudad de esa Gobernación con el nombre de Ciudad de Santa Marta, el 29 de julio de 1525”.
Con estas palabras el escritor Enrique Santos Molano se refiere a la fundación de Santa Marta, en el libro ‘Las grandes noticias colombianas’, publicado en febrero de 2016.
De Rodrigo de Bastidas no se habla mucho. Como es natural, al indagar sobre hechos ocurridos siglos atrás, nos encontramos con muchas tergiversaciones. La tradición oral, y aun muchos documentos manoseados con displicencia, contribuyen a incrementar las dudas, pues la leyenda a veces es más creíble que la verdadera historia.
Rodrigo de Bastidas era sevillano, culto. Nació en 1475. Cuando Colón realizó la hazaña de 1492, muchos aventureros se lanzaron a recorrer la senda abierta por el gran genovés. Bastidas no escapó a esa tentación. Había que ir más allá, hacia occidente, en busca de las riquezas que, decían, abundaban en el nuevo mundo descubierto. Entonces, el antiguo escribano, que había aprendido navegación, manejo del astrolabio, fabricación de pólvora y que ya era diestro en el uso de la espada, guardó su pluma, abandonó su excelente caligrafía y organizó su “empresa”. Cabalgó sobre la estela dejada por Colón y prontamente, en 1501, atracó en las costas del mar Atlántico.
Se dice que Bastidas fue de los pocos conquistadores que trataron sin crueldad a los indios. Comerció con ellos y fue condescendiente en muchas ocasiones. Tal vez ese carácter apacible le creó malquerencia entre sus hombres; Pedro Villa Fuerte y otros españoles lo apuñalaron mientras dormía. Pocos meses después, por causas de las heridas murió en Cuba cuando lo llevaban hacia La Española. Transcurría el año 1527.
Las expediciones de Bastidas ayudaron a trazar los mapas de las costas caribeñas, de lo que fuera el Nuevo Reino de Granada: bahía de Santa Marta (1501), Río grande de la Magdalena, puerto de Galerazamba, bahía de Cartagena, islas de Barú, San Bernardo, Fuerte y Tortuguilla; además, Punta Caribiana, Cabo Tiburón y entradas al golfo de Urabá.
La ciudad de Santa Marta, a lo largo de su historia tuvo que soportar numerosos ataques por parte de piratas; en casi todos terminó arrasada e incendiada. Cuando Francia vio mermadas sus finanzas debido a la guerra con España, pensó llenar sus arcas atacando a los españoles en las tierras conquistadas por estos en las Indias.
El rey francés Francisco I consideraba esta decisión como un derecho. Apareció entonces un temible pirata: Jean-François de la Roque de Roberval, quien sería conocido como Roberto Baal. Llegó a Santa Marta el 16 de julio de 1543. Sus cuatro naves guerreras exhibían banderas de España para engañar a los habitantes.
Otro ataque pirata sobre Santa Marta fue el que realizó Martín Cote en asocio con Juan Beautemps. Ambos atacaron a Santa Marta el 11 de abril de 1559. El gobernador Juan de Otálora opuso resistencia apoyado por indios provistos de flechas envenenadas; los ciudadanos prestantes de la ciudad huyeron a los montes vecinos, donde trataron de esconder sus tesoros. El saqueo de la ciudad duró siete días. William Goodson atacó a la ciudad en 1655. Para cerrar el ciclo de calamidades sobre Santa Marta, mencionemos la acción emprendida por Francisco Coz, francés, y Pedro Duncan, inglés: en 1677 apresaron al obispo Lucas Fernández de Piedrahíta, lo torturaron y encarcelaron en la isla de Providencia; allí el famoso pirata Henry Morgan lo liberó, y como obsequio le dio un pontifical que había robado en Panamá.
Son anécdotas que el tiempo convierte en leyendas.
El escritor Santos Molano seguramente escudriñó en documentos auténticos para basar en ellos sus afirmaciones. Pero no hay que ir tan lejos ni aplicar el rigor que exige la historia como ciencia para comprobar el saqueo inmisericorde que ha sufrido nuestra ciudad desde los tiempos de Bastidas. Todo esto, debido a dirigentes políticos que han saqueado el fisco distrital y a la indiferencia ancestral que caracteriza a los samarios.
Como lo afirmamos en pasadas acotaciones, la ciudad se precipita hacia sus 500 años sin un rumbo definido, sin proyectos de importancia; sencillamente, se “precipita”, en el sentido literal de esta palabra.