En la calle 3ª con carrera 5ª del Distrito de Riohacha, capital del Departamento de La Guajira, en su centro histórico, se levanta una edificación que cuenta con una larga historia, solo contada por un prestigioso historiador e investigador de sus rastros, como lo es Fredy González Zubiría, exdirector del Fondo Mixto de Cultura, cargada de vivencias, acontecimientos, recuerdos y añoranzas, teniendo como protagonistas destacados y connotados personajes del acontecer regional y nacional.
Se trata de una casona, tal vez la más antigua de la comarca, cuya inauguración con pitos y timbales, a la usanza de la época, tuvo lugar hace ya 150 años, los cuales estamos conmemorando. Su arquitectura es una especie de arquetipo de las que se construyeron en la segunda mitad del siglo XIX en la región Caribe, en la que prevalece la fina y resistente madera, tanto que su estructura ha resistido todos estos años de pie los embates del sol, el viento, la humedad y la salinidad del medioambiente.
Se conoce desde antaño como la casa del Balcón azul, color este emblemático para sus residentes, de acendrado espíritu conservador, cuya divisa fue la suya generación tras generación. Sobrados méritos tiene para su declaratoria por parte del Distrito como parte de su patrimonio.
En la misma cuadra en donde se encuentra localizada esta casa, la vivienda de sus residentes originales, Samuel Pinedo y su esposa Magdalena Mendoza, se encuentra también la Casa de la Aduana, la de los Lallemand y la de los Weber, amén de la conocida desde tiempos remotos como Nido de amor.
Contigua a ellas, además, se levanta una vivienda modesta, de la familia Márquez Iguarán, que podría pasar inadvertida si no fuera por su visibilización por parte del antropólogo y Premio Nacional a la investigación en Antropología, ex gobernador de La Guajira, Weildler Guerra, como uno de los hitos más importantes del periplo vital de nuestro laureado con el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, ya que allí, dicho por él mismo en su obra El viaje a la semilla, fue concebido en una noche plenilunar, a solo dos cuadras de la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios, en La Guajira de sus ancestros matrilineales. Dicho por él mismo en su obra Vivir para contarla.
Luego Elías Pinedo y su esposa María Teresa Chrisstoffel serían los nuevos moradores de esta mansión de dos pisos y un espacioso balcón, en la que todavía pervive en su frontis, en lugar visible, la placa que da cuenta de su inauguración en 1874 y sobre todo, destaca el nombre del arquitecto y ebanista Juan Zúñiga, su constructor. Años después de que sus propietarios la enajenaran volvió a las manos primigenias de la pareja de esposos Juancho Pinedo Christoffel y Carmen Josefa de Luque Panafflet.
Pero sería la generación de Alfredo, así como sus hermanas, las matronas Aura y Josefa Deluque Panafflet, quienes le pusieron su impronta a este inmueble singular que, gracias a ello, llegó a convertirse en un referente de la mayor importancia y relevancia para propios e ilustres y asiduos visitantes. Y no era para menos, ellos, sobre todo tío Alfredo y tía Aura se erigieron en los líderes naturales del Partido Conservador en la región, tanto es así que el tío Alfredo ocupó con brillo y competencia una de las curules en el Congreso de la República en representación de nuestro Departamento.
Ellos transpiraban la política por todos sus poros.
A esta tríada de líderes conservadores hasta los tuétanos se le sumó desde bien temprano mi padre Evaristo Acosta Deluque, que fue para ellos como otro hermano. Allí vivió y allí vio también el fin de sus días, consagrados a la causa conservadora, siempre predicando con el ejemplo de su lealtad a toda prueba a sus principios.
De él aprendimos sus vástagos a saber rimar lo que pensamos, con lo que decimos y hacemos y sobre todo actuar con transparencia diamantina! Mi papá, junto con su compadre Manuel Gregorio, Chichí Frías Gil, constituían el dúo dinámico, como gestores y agitadores de la política conservadora.
El Balcón azul se convirtió a la postre en el epicentro de la política conservadora en La Guajira. Allí se confeccionaban las listas de aspirantes conservadores a las corporaciones públicas, allí se empacaban los sobres con las papeletas que se entregaban a boca de urna a los sufragantes el día de elecciones, se disponía del padrón electoral para la logística necesaria con el fin de asegurar el triunfo, de allí salían las ternas cuando eran solicitadas desde la Presidencia de la República y/o de la gobernación para la designación de los titulares de esta y/o para la designación de los alcaldes.
Por el Balcón azul desfilaron las más descollantes y egregias figuras nacionales del Partido Conservador, sobre todo de ala lauro – alzatista. Entre los personajes ilustres que lo visitaron e incluso pernoctaron allí se destacan Hugo Escobar Sierra, Raymundo Emiliani Román, Gabriel Melo Guevara, Felio Andrade, Alfredo Riasco Labarcés, Álvaro y Enrique Gómez Hurtado, los expresidentes Guillermo León Valencia y Belisario Betancur, entre otros. Nunca se me olvidará el gesto de generosidad y la deferencia de mi tía Aura cuando ofreció un desayuno en mi honor en la casona cuando fui elegido Senador de la República por el Partido Liberal por primera vez en 1991.
Era un verdadero hervidero de la política, la que se vivía con pasión y convicción, sin ambages, porque eran doctrinarios. Eran otros tiempos diferentes al actual, en el que los partidos políticos se han debilitado, desprestigiado y desperfilado, convertidos en simples dispensadores de avales, dado su adocenamiento, al tornarse sus ideologías, como dijo Revel en simples señales de tránsito. Y, al margen de la política, allí también nació, en su primera planta, el primer plantel educativo laico que llevó por nombre Nicolás de Federman, regentado por la insomne y destacada educadora, la tía Sara De Luque, de quien lleva ahora su nombre a partir de 2002 el colegio, que cuenta con sede propia desde 1990.
Para que todo funcionara como funcionó, como un relojito suizo, siempre se contó con un equipo de ayudantía en el que Yolanda Pinedo, hija de tía Josefita, llevaba la batuta. Allí permaneció, junto con su hija Yolanda José hasta que las instalaciones de la casona fueron habitables. Hicieron parte esencial de la ayudantía el difunto Chore, el todero, el Indio López, el de los mandados, de quien se decía que intentando aprender el español, sin lograrlo, se le olvidó el wayuunaiki y terminó sus días hablando solo. Y no podía faltar quien fungía de ecónoma y chef, Petrona, Petra, Epinayú, con quien Julio Pinedo tuvo su retoño que lleva por nombre Jorge.