“Mis abuelos quedaron allá y mis amigos que no se me han muerto, recuerdos de mi pueblo me causan sentimiento, y el alma por dentro se me pone a llorar”: Camilo Namén – ‘Recuerdos de mi pueblo’.
Acaba de terminar la bellísima eucaristía a la memoria de mi abuelo Eduardo Medina, un analfabeta trabajador, inteligente y complaciente. Se han cumplido 46 años de su partida, pero la huella de él en la crianza de todos los nietos es indeleble, era el viejito complaciente, contador de cuentos y que para cada situación tenía el dicho preciso, dueño de una prosa entretenida, profunda y divertida y no había tema en este mundo sobre el cual no tuviera una opinión, y era autoridad en la familia, era respetado, escuchado, consultado y acatado, y cuando habían problemas en mi pueblo, en donde todos éramos una sola familia, intervenía o solicitaban su intervención por sus habilidades naturales como mediador en los conflictos, y solía decir: “Así no quieran me meto en los problemas porque lo bueno es para el dueño y los malo se reparte en la familia”. También le escuchaba decir que: “A quien no tiene nada que perder es al que más le gusta la guerra”, y que la gente más peligrosa es la que no tiene oficio conocido porque: “A quien no tiene oficio el diablo se lo pone”.
Evidentemente, Dios puso fin a esa relación de mutuas complacencias de todos nosotros con ‘Babo’. Se lo llevó cuando todavía tenía muchos cuentos para referir, tenía mucho qué decir, y meses antes de su partida lo silenció, perdió la voz por un accidente cerebrovascular, fatal para él porque su poder era precisamente la palabra. Nos estremeció a todos. Así termino nuestro programa de todas las primas noches en el salón de mi casa, allí llegaba como a las seis de la tarde, nos sentábamos a su alrededor para que nos contara las historias más pretéritas de la región, fue él quien nos dio detalles de la vida, obra y de la partida de Francisco El Hombre. Él estuvo allí hasta cuando se produjo su deceso en Machobayo.
Cuando siento el olor de tabaco, y de la cerveza, ineludiblemente recuerdo mis mejores años, aquellos cuando era feliz, pero no lo sabía, él nos hablaba de lo divino y de lo humano mientras disfrutaba de su inseparable tabaco (‘calilla’), que mi abuela hacía con todo esmero para los dos, y cuando él botaba ‘la pavita’, discretamente nos acercábamos para fumar un poquito a escondidas. Así mismo, mi vieja todas las noches le guardaba una cerveza Águila pescuezo largo de etiqueta azul ‘Sin igual y siempre igual’. Ese era un ritual, y estábamos atentos para cuando terminara para llevar la botella a la canasta y en el camino nos tomábamos el poquito que él dejaba. Son recuerdos imperecederos de esa época cuando ningún monguiero se prestaba para hacerle daño al otro.
Pensamos que la partida de mi abuelo le quitó a mi vieja muchos años por vivir, aquello la afectó grandemente. Con él se perdió la alegría, el radio transistor marca Crown de color verde que funcionaba con pilas blancas Eveready del gatico se silenció para siempre, y solo permitió que se volviera a escuchar un radio en la casa cinco años después, ya el silencio y la tristeza se habían amañado de su alma, no volvió a ser la misma, lo amaba entrañablemente y él a ella.
‘La parca’ no solo acabó ese 30 de septiembre doloroso con nuestro encuentro sublime con el viejo para aprender y divertirnos con sus asertos campechanos y relatos de sus vivencias, sino que allí comenzó el fin de la tertulia de los viejos de Monguí que todas las noches se realizaban con su participación y de mi padre para hablar de política, de velorios, de abigeato, de las pestes del invierno y el verano, eso era permanente, y a veces todos hacían silencio cuando papá le subía el volumen al radio cuando decía: “El reportero Caracoooool… El primero con las últimas”. Escuchaban las noticias y las comentaban, aquello era fascinante, yo me quedaba allí para escuchar, tuve ‘la mala costumbre’ de estar pendiente de todo lo que hablaban los mayores, de todo me quería enterar y por eso me regañaban, pero yo insistía, y como era el nene de la casa nada me pasaba. Colocaba una banca y me recostaba sobre mi padre, quien me hacia cosquillas en la cabeza mientras conversaba, el cielo era inmenso, azul y estrellado, todos miraban para arriba y pronosticaban qué sucedería con el tiempo, mi abuelo miraba sobre la casa de enfrente y decía que “cuando ahí al frente está una nube negra, póngale la firma, eso es sol y brisa mañana” y así sucedía, sus predicciones eran infalibles.
Las expresiones, dichos, refranes y gracejos del sabio autodidacta son muchas, pero todos recordamos que una vez había una parranda diagonal a la casa, estaba sonando el picó de Mitilia Rosado y colocaron la canción ‘La caja negra’, de Rafael Valencia, interpretada por Enrique Díaz, y cuando él escuchó la parte de la canción que dice: “El hombre que trabaja y bebe, déjenlo gozar la vida”, dijo: “Ese número dice una gran verdad, si el hombre trabaja y bebe, déjelo que se lo pegue, pero si bebe y no trabaja, hay que ponerle atención al hombre, está robando”.
Fue mi buen abuelo un hombre generoso, cultivaba productos de pancoger, solo para regalar, para complacer, no daba lo que no tenía, de su corral salía la leche para muchos huérfanos cuyos descendientes en estos tiempos no lo agradecen, nunca le vendió una yuca, un plátano, una mazorca o un guineo a nadie, sembraba para hacer complacencias, y muy fresco está en mi memoria una vez que hizo en ‘El Pozo’, un cultivo de patillas grandísimo, y las mandó a recoger y las colocaron en varias pilas cerca del alambre al lado de la carretera vieja, vía a Machobayo, y toda la gente de Monguí que quiso fue a buscar las que quisieran, y en esos momentos pasó un bus de ‘Cosita Linda’ que iba para Valledupar y al ver la repartición se detuvo y sus pasajeros bajaron y cada quien se llevó la suya con autorización de mi abuelo, eso es irrepetible.