Como corresponde a una época de iniciación de labores escolares, en esta columna recomendamos la lectura de autores colombianos en nuestras escuelas y colegios. Esta práctica tiene una gran ventaja: los lectores pueden tener la oportunidad de entrevistar a los autores regionales, lo que resulta imposible cuando se trata de escritores extranjeros.
La expresión ‘literatura infantil’ siempre se ha prestado a confusión, tal vez porque se piensa que esta denominación debe corresponder a la producción literaria que surge de la imaginación de los niños; pero también se llama así, y con mayor propiedad, a las obras que escritores adultos escriben para los infantes. En ambos casos el objetivo es el mismo: llegar al mundo de lectores cuya mente aún está poblada por seres que constituyen un universo fantástico al que solo tienen acceso los niños.
Cuando pensamos en el éxito que grandes autores han alcanzado al escribir obras literarias para pequeños lectores, no podemos menos que admirar a Joanne K. Rowling, la creadora del maravilloso mundo donde se desenvuelve su personaje conocido mundialmente: Harry Potter. Desde la aparición de su primera novela, ‘La piedra filosofal’ (1995), hasta ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte’ (2007), hay una secuencia que pasa por ‘La cámara secreta’, ‘El prisionero de Azkabán’, ‘El cáliz de fuego’, ‘Harry Po-tter y la Orden del Fénix’ y ‘Harry Potter y el misterio del príncipe’. Esta narradora excepcional logró vender —únicamente en Estados Unidos e Inglaterra—11 millones de ejemplares de su novela ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte’ el día de su lanzamiento.
Pero la literatura infantil colombiana también tiene un desarrollo destacado. Las obras que en este género escribió Jairo Aníbal Niño siguen deleitando a nuestros infantes: su cuento ‘Zoro’ ocupa un lugar predilecto en las antologías. Otro colombiano, Luis Darío Bernal Pinilla, inventó ‘Catalino Bocachica’ y contribuyó así a poblar el mundo irreal de nuestros niños.
Ahora, tenemos en el mercado editorial la obra ‘Marco y el círculo verde’, del escritor costeño Martiniano Acosta Acosta. Es la primera parte de una interesante saga destinada a entretener y a ampliar el vasto campo de la imaginación infantil. Martiniano Acosta ha estructurado una obra que —a diferencia de las que nos llegan de otros países, con idiomas extranjeros y costumbres exóticas y a veces inimaginables para nosotros—rescata la idiosincrasia nuestra y pone a convivir a los pequeños lectores con seres ficticios pero verosímiles. ¿Quién es más costeño que Ramón Bocachico? Tremendo pez-héroe que invita a Marco para que lo acompañe en una misión casi imposible de cumplir. Un inmenso pez que cubre su cabeza con un sombrero ‘vueltiao’ y está dispuesto a librar las más heroicas batallas con tal de rescatar la Orquídea blanca de la paz, robada por los súbditos de Drogo, el Alcaraván negro. ¿Y qué decir del propio Marco, con una mochila arhuaca entre su indumentaria guerrera?
La pericia narrativa de Martiniano Acosta sitúa las acciones dentro de un gran espejo, escenario de donde los personajes, triunfantes al final, logran salir para que Marco se encuentre con su propia realidad.
Alguien dijo, parodiando a Juan Jacobo Rousseau: “Los niños nacen buenos e inocentes y la sociedad trata de corromperlos”. Pues bien; tal vez fue esa misma persona quien afirmó: “Rousseau puede dormir tranquilo mientras sigan existiendo adultos capaces de crear una muralla protectora o de otorgar a los niños los dones suficientes para defenderse mientras les llega, a su vez, el turno de ser adultos”.
Esa defensa es la que, para los niños, construyen escritores como Martiniano Acosta. Esos cultores de la palabra hilvanan historias para que en ellas los pequeños autores ejerciten su vocación de héroes. ‘Marco y el círculo verde’ es, en definitiva, un cuento bien logrado.