El Gobierno y partidarios del Centro Democrático, que no lanzaban al aire una bengala jubilosa desde el día de las elecciones, esta vez gritaron exultantes porque al fin el joven e inexperimentado presidente recupera en un 15%, la imagen que venía en decaída, desde el mismo día de su posesión y rompiendo marcas como el presidente que más rápido decepcionó a sus electores.
En la encuesta de la firma Invamer, Duque, pasó de un pírrico 27.2 a un 42.7% de imagen positiva entre noviembre y febrero del 2019. Pero, ¿qué fue lo que ocurrió que, la imagen decadente del presidente tiene un ligero repunte?, no fueron las reculadas ante la presión y opinión en torno a la Ley de Financiamiento y la eliminación de subsidios a los estratos más bajos en la tarifa de energía eléctrica. Tampoco fue que sus ministros y altos funcionarios descollaran, pues cada semana se da un escándalo por lo desatinado de sus pronunciamientos.
Según los analistas, dos aspectos llevaron al país novelero y guerrerista a mejorar la imagen del Presidente. Por una parte, su “firme” posición frente al ELN. Una firmeza que aún no se manifiesta en resultados militares, solo en la ruptura de diálogos y el pedido a Cuba de extradición del equipo negociador. Lo paradójico, es que este repunte de Duque no es precisamente por buenas noticias para el país. Patear la mesa de diálogo no tiene consecuencias distintas a que la muerte de policías y soldados seguirá.
Habrá más ataques a la infraestructura petrolera del país, de hecho, se ha recrudecido; seguirán los secuestros, la extorsión, los paros armados, los ataques con explosivos. Uno no puede aplaudir al presidente cuando destruyó la única opción para evitar que este factor de violencia siga desangrando al país.
Hechos como el deplorable, cobarde y criminal atentado a la escuela de cadetes Santander en Bogotá, acto atribuido por el ELN, nos pone a pensar que la torpeza política de la guerrilla termina siendo la mejor propaganda para sus enemigos: el Gobierno. Ya lo había dicho López Mchelsen, que en Colombia los gobiernos los pone la guerrilla.
Duque y su partido hoy gozande esa “ayudita” del ELN y las disidencias de las FARC: mientras más atentados de gran impacto lleven a cabo, subirá algunos punticos la imagen del presidente. Él sabrá sacar rédito político al dolor de otros, habrá un “enérgico” pronunciamiento en alocución de horario triple A, dará el pésame a los dolientes, visitará el lugar de la desgracia y como siempre dirá que la guerrilla no tiene gestos de paz como si el Estado si los tuviera. El atentado contra los cadetes les ha recordado a Uribe, Duque y su sanedrín, lo mucho que les favorece la guerra y, por lo tanto, los réditos de torpedear cualquier proceso de paz.
El segundo empujón en la imagen favorable, se lo dio otra noticia que tampoco conviene en nada a los colombianos. Se trata de la casi inminente intervención armada en la vecina Venezuela. Duque fue a hablar con Trump, de Venezuela, se arrogó un liderazgo que en nada nos conviene, aunque alegre a Washington; no ha descartado prestar nuestro territorio como base de una posible intervención militar.
Duque mudó su sede de gobierno a Cúcuta, pero no para solucionar problemas de los cucuteños; movilizó ayuda, no para colombianos. Como lo calificó el periodista Darío Arismendi, vimos a un Duque “sobreactuado”, disputando un protagonismo que más que beneficios, la traería al país el riesgo de ser el único y más cercano blanco de los misiles venezolanos en caso de una confrontación.
Somos un país tan novelero y guerrerista, que cuando nuestro presidente nos pone como carne de cañón y vuelve más inseguroal país, lo elevamos al pedestal de redentor. Una buena manera de convertir las malas noticias en buena gestión de quien nos preside.