Me desgarra el alma al observar la estirpe y la cimiente de mi pueblo. Un pueblo que no cambia su manera de pensar ni de actuar. Siglos haciendo lo mismo y repitiendo la historia sin detenerse a reflexionar para cambiar el rumbo. Veo a mi pueblo con las manos en la cabeza escurriéndolas por los cabellos con el rostro fruncido por la desesperanza. Como si estuviéramos condenados a vivir igual sin hacer nada distinto. Se predica, pero no se practica. Los hechos son más elocuentes que las palabras, pero no aprendemos la lección. Parece paradójico, tenemos todo a la mano, pero parece que no tuviéramos nada. Vivimos como en un régimen de la mano estirada.
El tiempo es un recurso no renovable y lo desperdiciamos como si fuéramos a vivir eternamente. Hoy tenemos más educación de las mejores y más acreditadas universidades del país y el exterior y no tenemos mejor calidad de vida ni mejor recurso humano. Nuestro pueblo está atado a los recuerdos del ayer y lo que hicieron nuestros próceres y celebridades del pasado. Pero lo más extraño es que se hayan perdido los sueños y las esperanzas. Ya una idea motivadora de cambio, no despierta la confianza esperada. El pueblo sigue polarizado, cada quien por su lado y con sus creencias, apostándole a unas doctrinas de ficción y a ídolos de barro que se desvanecen con el tiempo.
Se ha venido perdiendo el arraigo y las buenas costumbres y los buenos principios y valores. Parece como si nuestros abuelos hubieran escrito sus enseñanzas en la arena o en el hielo y se hubiesen borrado con el paso del tiempo. Hoy a lo bueno se le dice malo y viceversa. No se respeta la palabra empeñada, ni se le da valor a quien actúa a la luz de la buena fe. Se lleva al banquillo de los acusados al cura, al mandatario, al maestro, al padre, al compadre y al vecino, sin presumir la buena fe ni demostrar lo contrario. Vivimos divididos muchas veces sin motivo y sin haber razón.
La ambición, la envidia, la codicia y un ego grandote con deseos de revancha, que no desmaya, prefieren mantener la polarización así se hunda nuestro pueblo. Actuamos como si tuviéramos alma de papel y corazón de acero, indolentes nos hemos vuelto. Mientras la nevada como testigo mudo observa nuestro repetido y diario acontecer de generación en generación con el alma lacerada por la frustración y el fracaso. No sabemos por qué nuestros dirigentes y líderes no rodean al gobierno de turno y se ponen de acuerdo en lo fundamental y lo que piensan hacer por nuestro pueblo, por qué otras sociedades avanzan y nosotros estamos estancados como un buque anclado a orillas del Caribe.
Si ya se ve la brújula y el rumbo-norte de mi pueblo que parecía perdido en la inmensidad del firmamento, por qué no hay unidad, por qué a algunos les gusta vivir en el caos y la ignominia junto con la oscuridad para volver al pasado y que nuestros hijos no disfruten de la luz. Será que piensan que en nuestro pueblo no hay un dínamo de energía que alumbre esta penumbra cada día más oscura y tenebrosa, o será que son sordos a las palabras de aliento que orientan a nuestro pueblo como el líder orienta la manada de coyotes.
Desde el rincón de mi confinamiento y en el umbral de la inconformidad de mi alma rebelde, en este retiro espiritual de la Semana Mayor, me hice todos estos interrogantes. No hay derecho a que vivamos como estamos siempre al vilo del caos. Bendita suerte la de mi pueblo, donde la división lo tienen sumido en el escepticismo y ya no se cree en nadie.