“El hombre que trabaja y bebe, déjenlo gozar la vida, porque eso es lo que se lleva, si tarde o temprano muere”
El viernes 5 de febrero, el pueblo de Monguí dio el último adiós a otro de sus buenos hijos, esta vez el turno le tocó al tío Julio Ramírez, un hombre folclórico, bohemio y muy trabajador, de esos viejos con espíritu de muchacho, que igual se prestaba para cualquier broma cuando se encontraba entre muchachos, como lo hacia cuando lo rodeaban las muchachas para escuchar las historias de sus travesuras en los bares de Riohacha, por lo anterior y por lo que viene, era menester iniciar nuestra columna con un aparte de ‘La Caja Negra’ la obra cumbre de Rafael Valencia
Ese hombre bajito de estatura pero de gran catadura moral pertenecía a esa generación que se crió al lado de mi padre, que vivían a plenitud el orgullo de poder demostrar de dónde habían sacado lo que patrimonialmente tenían, en su caso, sus modestos bienes materiales en los montes, adquiridos con el sudor de su frente, con el hacha y el machete en sus manos y la compañía permanente de Teve, Etelvina Aragón nieta de Francisco El Hombre, quien estuvo a su lado en los últimos setenta años, hasta el final de sus días.
Fue Julio el de Teve un hombre del campo que entendió desde sus años mozos, que el trabajo honrado y duro, no es incompatible con la diversión, por eso trabajaba de sol a sol durante la semana en sus cultivos de pan coger, y en sus horas libres jugaba dominó, tute, fierrito y carga de la burra con barajas, siempre escuchando por los parlantes de su radiolita rancheras mejicanas y la música de su ídolo de acordeón de Enrique Diaz; todos los muchachos de Monguí comimos cañas y guayabas de su rosa en Cueva honda, y para nada pasaba inadvertida su presencia en todos los acontecimientos del pueblo, con sus opiniones pragmáticas y metiéndole juego, chercha, o chiste a todo, hasta a lo malo que sucedía, virtuoso en el trabajo que aprendió desde muy temprano.
Continúa el desfile de gente desde su casa hasta el ‘Corazón Fino’ , el cementerio del pueblo, construido en el predio que Eduardo Medina donó a la comunidad con ese propósito, convertido hoy en lugar de visita y peregrinación para toda la gente de la región, por su organización y belleza natural, allí se encuentran los patriarcas del pueblo.
Coincidió mi llegada a su casa aquel día para expresarles mis condolencias, con el momento que ingresaba a su lugar de residencia el ataúd con su cuerpo inerte, porque ya su espíritu se encontraba en los brazos de Dios, me estremeció escuchar en aquel instante el canto de un gallo cercano, recordé el pasaje bíblico del que dan cuenta las Santas Escrituras cuando refiere que “Al instante un gallo cantó por segunda vez. Entonces Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y se echó a llorar”, lo que nos permite manifestar, que el gallo ha estado presente en todos los acontecimientos donde se está cumpliendo lo que ya estaba escrito, o sea que con el tío Julio estaba cumpliendo lo que ya el altísimo así había previsto, por eso todos decimos que Julio se tuvo que ir en febrero, y no cualquier día, porque escogió para su partida precisamente el mismo día que el que todo lo puede llamó a su presencia a nuestra madre, que fue como una hermana para él.
En su casa aprendí mis primeras letras, en la ‘Escuelita Santa Rita’ de su hija Amelia escribí mis primeros garabatos, en su casa de bahareque y palmas comenzó mi formación ética, académica y moral, el olor a tierra mojada me recuerda el aroma que se desprendía del piso sin cemento de la salita convertida en salón de clases, éramos entonces felices, mis primos ‘Poncho’ y Luis Eduardo Medina, José y Adanolis Gutiérrez, Nazly Gómez, Canel Deluque, Elkin Navarro, Eder y Quinterito los hijos de Mercedes Quintero y Julián entre otros lo deben recordar, y mientras recibíamos conocimientos adentro, afuera en el salón se escuchaba el tableteo inconfundible de la gente que allí permanecía día y noche jugando dominó.
Imposible olvidar que los fines de semana viajaba a Riohacha a vender sus productos agrícolas, con el dinero hacia la compra de la semana, y reservaba un rubro especial, para visitar a las mujeres en los Bares ‘El Pakistán’ y ‘La Bola de Oro’, y una vez se quedó sin dinero, pero le quedaba un saco de guayabas que no pudo vender, fue a uno de esos lugares, contrató con una chica los servicios que sabemos, y cuando terminó la tarea, ella le pidió que le pagara, él le dijo: “El pago está detrás de la puerta” ella fue a ver y lo que había era el saco de guayabas, finalmente la convenció para hacer ese trueque peculiar, logró la vieja entender que valían más las guayabas que el trabajo realizado, el le dijo, “Si no las vendes todas, te haces un jugo de guayaba con leche”, ahí estaba dibujada su personalidad, genio y figura, hasta la sepultura. ¡¡Paz en su tumba!!