Es innegable que está viviendo Colombia una etapa de crisis por la violencia física y destrucción de bienes e infraestructura en varias regiones; en unas más que en otras por diferentes actores. Las manifestaciones de esa violencia son de dos tipos: 1) tangibles como muertes de ciudadanos inocentes, de combatientes de grupos armados organizados por la disputa de territorios de narcotráfico; secuestros de personas; desplazamientos de moradores de sus poblados y parcelas; confinamientos en sus propios territorios; destrucción de bienes muebles de indígenas, campesinos y comerciantes; saqueos y quema en las vías de automotores que transportan mercancías, y, 2), intangibles como la violencia social que incumbe directamente la salud mental y la esfera psicosocial y emocional de los seres humanos, más la afectación de manera directa y muy dañina del ambiente cotidiano de convivencia de todas las comunidades de esas regiones, y de manera indirecta a los demás colombianos. Además, se han sucedido decisiones que enrarecen más el turbio ambiente político-administrativo del presidente Petro y al interior de su Gobierno, como, por ejemplo, pasar en directo por televisión un Consejo de Ministros que resultó catastrófico y evidenció el mal ambiente que hay entre sus miembros.
Todo esto ha derivado en un impacto político para el Gobierno nacional y los regionales de inesperadas proporciones; ha provocado desajuste en el Congreso, en sus bancadas y en su dinámica legislativa que ha trascendido del debate parlamentario al debate injurioso entre los miembros de partidos y movimientos políticos, y al debate personal con insultos entre congresistas. Es esto entonces la patética radiografía de la indisposición anímica y cuasi frustración que tenemos el resto de colombianos influenciados por esos episodios desafortunados en esas regiones, en el Parlamento colombiano y en el Consejo de Ministros.
Pero todo lo que está aconteciendo no puede ser una autorización velada ni objetiva, ‘ni un cheque en blanco’ para que el presidente normalice situaciones anómalas y criminalizadas que están sobre el tapete y que cualquier comunidad consciente y respetuosa ni lo permitiría ni lo aceptaría.
Hoy la sociedad a nivel mundial lucha por la equidad, e igualdad y respeto por los Derechos Humanos y entre esos el respeto por los de la mujer no como una acción de lastima sino como reconocimiento genuino de sus derechos.
Hoy la sociedad en general rechaza toda forma de violencia contra las mujeres, comunidades alternativas y los hombres; los pueblos demócratas rechazan las transgresiones a sus normas esenciales y a sus derechos políticos, y rechazan el manejo delictuoso de sus bienes, finanzas y activos. O sea, la sociedad no permite discriminación, ni vulneración de su orden constitucional y de sus leyes, por tanto, están los pueblos en una ‘guerra sin cuartel’ por sus derechos y en modo de repudio total de la corrupción de todo tipo.
Aquí en Colombia hoy se están entronizando actos que no habíamos vivido ni en la práctica política ni en el ejercicio del poder y que están causando un choque con nuestro comportamiento social, político y gubernamental porque a pesar de lo defectuoso que este ha sido, se había tenido respeto por el equilibrio social, se había tratado de mantener el equilibrio de poderes, y se había apelado siempre al consenso, a las decisiones mesuradas y no tiránicas.
Por eso es inaceptable que la existencia y presencia de una persona haya ocasionado tanto desbarajuste y desajuste de nuestra realidad política y social. Es inaceptable que la violencia física y psicológica contra la mujer, que las patologías y secuelas causadas por adicciones a sustancias psicoactivas y al alcohol, que las presuntas violaciones a las leyes o en proceso de investigación, que los brotes y acusaciones por corrupción y la pérdida de majestad personal y de urbanidad vayan a ser tratadas, sin ningún pudor, como acciones permitidas, normales, legales y vengan a hacer parte, sin escrúpulos, sin filtro, del muy maltrecho comportamiento de los colombianos. No creo que estamos en condiciones de que eso se dé, y no debe darse nunca.
Que llegue al Ministerio del Interior, al Ministerio de Gobierno, al Ministerio de la política, el Ministerio de las relaciones con las otras ramas del poder público, un personaje que es un ciudadano sin principios cívicos, sin temor de las leyes, cuestionado e investigado por corrupción, por agresiones físicas y verbales a mujeres, …a representar a un Gobierno que propuso el cambio, que defiende la vida, me parece que supera aquella propuesta de un expresidente nuestro cuando dijo “la corrupción hay que llevarla a su mínima expresión”. ¡Aquí estamos aceptando que la vulgaridad, la impudicia, lo mal hecho, la criminalidad y la perversidad subliminal se normalicen y se conviertan en costumbre legal y practica aceptada en toda la sociedad colombiana, en todas las instancias de Gobierno, de poder y de relaciones comunitarias y familiares, y aceptando que dentro de poco aparezcan cartillas didácticas del Gobierno nacional enseñando y oficializando que ser vulgar, corrupto, violento contra la mujer y descarado paga! ¡Estamos aceptando que desaparezca aquella estrategia ¡Ser Pilo Paga! que tanto ayudó a cientos de jóvenes estudiosos, rendidores académicamente y de escasos recursos económicos y se adopte una miserable de ser mediocre, vago, drogadicto y corrupto para ser tenido en cuenta, sobre todo en este ‘nuevo modelo de sociedad’.
En realidad, no es este el nuevo orden social que necesitamos, por el contrario, las circunstancias sociales y políticas de nuestro país requieren y ameritan de modelos de comportamientos correctos, legales, propositivos, de actitudes proactivas y enriquecedoras de nuestro relacionamiento humano para que niños, adolescentes, jóvenes y adultos optemos por mejorar la convivencia ciudadana desde el punto de vista de la honestidad, el respeto por los demás y por las libertades de cada uno. Necesitamos una sociedad tolerante, pero de cero aceptaciones de los antivalores sociales, democráticos, políticos y cívicos.
¡Por Dios, no puede ser un referente para quienes aspiramos o aspiran a ser elegidos en algún momento, por la voluntad del pueblo para gobernar nuestros pueblos o legislar para la nación o nuestros territorios, esto que hoy está aconteciendo!
¡No puede ser un referente quien ‘porque disque conoce todas las guaridas y laberintos, y maniobras de corrupción del Congreso, sea quien vaya a promocionar o defender entre los parlamentarios los proyectos del Gobierno porque sabe cómo echarlos a ellos pa´ este lado!’ ‘El ratón cuidando el queso’.
Señor presidente Petro: defender lo indefendible no es una buena acción de Gobierno suya y no es una buena acción ni social ni política. Tratar de imponer lo inaceptable, lo repudiable,… ni en nuestro peor momento como nación será una buena acción. ¡Eso jamás!
A los defensores de la actual acción de Gobierno, a los ideologizados, a los progresistas o a los de la izquierda, a los del centro y a los de la derecha, en estos momentos de tanta fragilidad humana y social de nuestra sociedad colombiana, no aticemos para imponer, seamos bien pensantes y acojamos la mejor tesis o propuesta venga de donde venga. No propiciemos más daños para nuestro país. ¿O no nos bastan con lo que estamos viendo y viviendo?