La vida inmarcesible por así describirla del gran compositor vallenato, uno de los grandes poetas que ha convertido todas esas poesías en melodías, Gustavo Gutiérrez Cabello, ha tenido un trasegar exitoso y lleno de tantas alegrías, pero también de tantas congojas cuando su corazón melancólico no pudo cimentar un amor verdadero y de ahí que muchas de sus canciones son una alegoría a un Gustavo Gutiérrez triste que llora al amor, el cual le ha sido esquivo.
En este trasegar son muchos los periodistas que han escrito sobre su magia, sobre sus confidencias sobre su guitarra de oro, porque como él mismo lo afirma, él se inspiró donde nace el sol.
David Sánchez Juliao, escribía en El Espectador el 23 de abril de 1975: “Un vallenato lento, sopesado, descansado, casi ‘cómodo’, como relleno de algodón, que se regodea en la no esencia campesina y que viene a ser el fiel reflejo de la escala de valores de la clase media provinciana (tomando la expresión en el mejor de los sentidos): la nostalgia por la tierra natal, la parranda y los amigos, la añoranza, las mujeres bonitas, las riñas de gallo, el paisajismo efímero e intrascendente, el desamor y el despecho. Su concepto del amor es, tiene que ser, diferente al de Alejo Durán, o al de un Enrique Díaz ‘machetero de la región de Ayapel’, como dice Rúgero Suarez en ‘El pobre hacendado’. Sus valores, en resumen, son otros. Y su vallenato, es otro. Pero ese otro vallenato, repito, no está exento de belleza, de una gran esencia expresiva y de un gran sabor a tierra propia”.
De igual manera el expresidente Alfonso López Michelsen expresaba: “Gustavo Gutiérrez es, después de ‘Chema’ Ramos, en la generación anterior, la persona que más sabe de música. Lo de Gutiérrez es una cosa más elaborada y de mucho más acceso a cualquier público en cualquier parte del mundo. La de Gustavo Gutiérrez es una letra igual a los boleros latinoamericanos”. De igual manera en su columna libre Hernando Giraldo, en el diario El Espectador expresaba en el año de 1969: “Gustavo Gutiérrez es el romántico, el indagador y el cantor de la vida íntima de su coterráneos. Su despedida a Pedro Castro es de lo más hermoso y conmovedor que he podido escuchar” y continua “por ahí está alegrando a la gente el famoso ‘Concierto vallenato’ de Gustavo Gutiérrez. Este joven es tan fantasioso que resolvió empacar una música tan alegre como la vallenata nada menos que en romanticismo. Gustavo Gutiérrez con Rafael Escalona, con Alejo Durán, con Pedro García, forma la trinidad cuadrada de la vallenatología”.
Y su inseparable amiga en la Fundación de la Leyenda Vallenata, Consuelo Araujonoguera, en su columna que escribía para El Espectador en el año de 1982: “Tavo Gutiérrez, ese que un buen día a comienzos de los años 60 cogió el vallenato y le pegó primero un empujoncito, después de un sacudón y acabó apercollándolo fuertemente en los lazos de un romanticismo decadente con olor a violetas secas y entre maripositas que salen a pasear. Ese que sacó la música vallenata de las jocosas situaciones de las anécdotas y sucesos del más puro costumbrismo para ponerla a sonar a los acor- des de las pasiones y de las penas del alma con toda la trillada poesía de los lugares comunes y las comunes ocurrencias del amor. Ese de figura quijotesca y pañuelo al cuello de temperamento nervioso y voz de tenor… acaba de ponerle música a una biografía y le resultó uno de sus mejores cantos. ¡Cuánta belleza y cuánta carga vital llevan sus estrofas! José Jorge se llama el hombre a quien ‘Tavo’ (tal vez para buscarle un símbolo a su modestia) le dedica este poema. Bien habría podido llamarse Gustavo Gutiérrez como su autor o Huges Martínez o Pedro Pérez porque ahí envuelta en la piel morena del protagonista y bajo las notas de esa melodía está la síntesis exacta de la estirpe de los mejores parranderos –con todo cuanto de bueno, noble y hermoso tiene esta palabra– que en Valledupar han sido”.
Y la misma inmortal heroína, nuestra ‘Cacica’ vallenata en su ‘Carta Vallenata’ que era su columna en el diario El Espectador, en el año de 1982, también dejó sentado: “Me dejé llevar por ese deleite único (solo comprendido bien por quienes como yo tenemos el privilegio de amarlos tanto) que produce la degustación letra a letra, palabra tras palabra, compás sobre compás y melodía de un canto vallenato bien concebido y bien parido. Un canto hecho con esos pedazos del alma que los compositores de verdad van dejando regados sobre las páginas en que vuelcan su tremenda inspiración.
Paisaje de sol me agarró y se me metió por esos vericuetos íntimos que conducen a lo más recóndito y firme del territorio anímico donde el ser humano tiene y guarda y defiende lo mejor de sí mismo y de su razón de ser: la tierra, la música, la gente, los recuerdos… Sus versos tienen algo de la ternura recóndita y la rima del gran Federico y la fuerza desatada y el brío impetuoso de Barba Jacob. Esa –sentí yo cuando la escuchaba– es la letra y la música que yo hubiera deseado poder escribir si hubiera sido compositora. Esa inspiración que yo hubiera querido tener si me hubiese sido dado el don divino de la poesía. Esos son los versos que yo quería cantarle a Valledupar desde siempre. Ese es el Paisaje de Sol de mi pueblo. ¡Esa es mi tierra!”.
Para qué más si en la historia del vallenato viene acompasada a la vida y obra musical del flaco de oro, Gustavo Gutiérrez Cabello, a quien la Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata le rindió homenaje en su 46 versión. Esa noche las estrellas y el firmamento se acompasaron para rendirle tributo a uno de los grandes poetas de la lírica y la poesía.