Ha faltado en Colombia el artista que plasme para la posteridad lo vivido hace veinte años en Bojayá. Decir “vivido” es una siniestra paradoja, tal vez producto del realismo trágico en el que estamos inmersos. Esa es nuestra cotidianidad, matizada ahora con masacres y atentados contra líderes sociales que tercamente persisten en su labor solidaria con sus comunidades.
Comparar la masacre de Bojayá con lo ocurrido en Guernica en 1937 no remedia nada, pero nos permite comprobar que carecemos de la fuerza necesaria para lograr que nuestro clamor traspase los linderos de la Patria. Con su cuadro “Guernica”, Picasso dio a conocer a la humanidad un genocidio que tal vez hubiera quedado oculto. Veamos algo de ese episodio:
El 26 de abril de 1937 la aviación alemana, por orden de Francisco Franco, bombardeó al pueblo vasco de Guernica. Esa tarde las campanas de la villa sonaron a rebato para anunciar el comienzo del nefando genocidio. Los habitantes se habían inventado un sistema rudimentario de alarma, con vigías a cada cierta distancia, pero la ferocidad de la aviación, combinada con el apoyo de las fuerzas italianas, dieron buena cuenta de los sorprendidos e inermes moradores de esa población.
El ataque duró tres horas; las treinta toneladas de explosivos y metralla que llovieron sobre Guernica arrasaron el poblado. Como si fuera insuficiente, los incendios causados por esta acción duraron tres días; el 70 por ciento de los edificios del pueblo quedó destruido y el treinta por ciento restante sufrió serias averías.
Por encargo del gobierno de la República Española, Picasso pintó un cuadro para decorar su pabellón durante la Exposición Internacional de 1937, en París, con el fin de atraer la atención del público hacia la causa republicana en plena Guerra Civil Española. Picasso, influido por el dolor del pueblo de Guernica, pintó, en menos de dos meses, una obra maestra llamada ‘Guernica’, de enormes dimensiones: 7.76 metros de ancho por 3.49 metros de alto. En esa pintura se aprecian cabezas cortadas, como símbolo de muerte de personas inocentes, con ojos extremadamente abiertos, lo que representa el asombro ante el sinsentido de lo que estaba ocurriendo. Entre los detalles que pueden identificarse en el cuadro está un guerrero muerto, un cuerpo completamente descuartizado, un toro, un árbol, una madre con un niño muerto y un caballo agonizante. Hay también un brazo que sostiene una flor.
Durante el gobierno dictatorial del general Franco el cuadro estuvo fuera del país. El Árbol de Guernica es un símbolo universal. Se conserva en esa villa, frente al ayuntamiento y con la pintura de Picasso no dejarán morir el triste recuerdo de lo que fue esa masacre. 85 años han acrecentado su importancia y la humanidad no podrá olvidar a Guernica.
Guernica tuvo a Picasso. La memoria colectiva de los colombianos debe también tener presente, para condenar eternamente, las innumerables masacres ocurridas en nuestro suelo. Si las víctimas mortales en Guernica se calculan en 156, solamente las de Bojayá, en el Chocó, fueron 119 en un solo acto, dentro de una iglesia, sin intervención de ejércitos extranjeros ni el uso de aviones bombarderos. Por estos días hubo momentos de recuerdo para ese genocidio, ocurrido el 2 de mayo de 2002. Lo mismo ocurrió con 39 humildes habitantes de Nueva Venecia, en el departamento del Magdalena. Y tendremos tiempo para recordar lo de El Salado y otras muertes absurdas que tienen como denominador común la impunidad. Las obras que se escriben sobre estos hechos dolorosos las leemos como novelas con mayor o menor éxito editorial. En cada una de ellas buscamos con afán, en actitud abiertamente morbosa, el número de víctimas para compararlo con el de los muertos del libro anterior. ¿Pero, no habrá quien, como Picasso, dé a conocer en forma desgarrada los horrores que ocurren en esta tierra colombiana?